Un Dios humilde y pobre que se deja encontrar













Solemnidad de la Epifanía del Señor

Para el día de hoy (06/01/17):  

 
Evangelio según San Mateo 2, 1-12







Hoy la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Epifanía, que etimológicamente significa manifestación. Por ello, es la celebración y memorial del gran acontecimiento de Dios que se manifiesta, que se dá a conocer.

Ciertas tradiciones inciertas y erróneas -cuando no, también, con aspiraciones comerciales- se han inmiscuido profanamente en la profunda santidad de la celebración, y por ello devino una persistente falacia, es decir, un argumento que induce a error. De allí que se vindique la fiesta como día de reyes, o reyes magos.

Sin embargo, no sería tan desacertada la afirmación de que se trata de un día de reyes, más no de magos de los que no sabemos con certeza sus nombres, sino de dos reinados bien diferentes, mucho más que opuestos. Hablamos del rey Herodes y del rey Jesús de Nazareth.

De Herodes, llamado el Grande -quien fué padre de Herodes Antipas, de Herodes Arquelao y de Herodes Filipos- sabemos que gobernó la tierra de Israel desde el año 40 a.C. hasta el año 4 d.C.. Vasallo absoluto del poder imperial romano, su misma corona fué producto del reconocimiento de Roma y del apoyo militar de las legiones estacionadas en la zona; a su vez, reconstruyó el Templo de Jerusalem con un inusitado esplendor, y a pesar de la opresión romana, la nación judía conoció una época de estabilidad y ausencia de conflictos bélicos, y durante su reinado grandes ciudades se edificaron, y se fortaleció la devoción al Dios de Israel mediante el sostenimiento expreso del culto y los sacerdotes.
No obstante ello, era considerado por gran parte del pueblo como un intruso y un usurpador, toda vez que traicionaba todas las tradiciones judías su origen idumeo y su formación helénica, por eso extranjera e impura.
A la hora de la praxis, carecía de escrúpulos y límites. En un alarde simplista, podríamos inferir el carácter paranoico de Herodes; en ese talante, ordenó sin vacilaciones la ejecución de su esposa y de tres de sus hijos, de quienes sospechaba iban a disputarle el poder y el trono.

Es un rey que gobierna imponiendo su voluntad desde el uso irrestricto del poder, cultor desaforado de toda violencia, que se afinca en los palacios y en sus intrigas, que le conviene mantener al pueblo en sombras y que no vacila ni duda en matar a los que se opongan a su poder o los que lo cuestionen. Epítome de los poderes nefastos de este mundo, Herodes se llevará por delante la vida del justo e íntegro Juan el Bautista.

Jesús de Nazareth inaugura otro reinado, un reinado muy extraño. No es reconocido por los sabios y eruditos, por los propios. Sólo unos extranjeros -plenos de ajenidad- lo buscan afanosamente, y en su búsqueda franca y veraz lo encuentran, como estos magos de Oriente. Este rey se deja encontrar por aquellos que lo buscan con un corazón capaz de todos los asombros.
Nace es un aprisco, un refugio de animales. Tiene por madre una muchachita adolescente, por padre un carpintero judío de aldea ignota, por cortesanos a unos pastores del campo poco recomendables, los últimos de los últimos. Tiene por palacio los brazos de su madre.

Es Dios que se manifiesta, y quizás se nos haga difícil de aceptar a un Dios que reina desde la fragilidad, desde la debilidad, un Dios que depende del hombre, del esfuerzo golondrina de un carpintero judío para sobrevivir, de una madre niña que lo cuide, de unos extranjeros que se atrevan a buscarlo sin desmayo, de tus manos y las mías. Dios se ha puesto en nuestra manos. Dios se revela desde lo que el mundo desprecia y no tiene en cuenta, está muy lejos de todos los poderosos y se hermana en carne y corazón a los más pequeños.

Jesús el Cristo, rey de universo, se deja encontrar y se manifiesta humilde y frágil para que la humanidad se enaltezca.

Paz y Bien

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