Para el día de hoy (31/01/18):
Evangelio según San Marcos 5, 21-43
Doce años sin resultados, doce años excluida, doce años catalogada como impura y contagiante de esa impureza, doce años dilapidando lo que tuviera, sufriendo para nada.
La sangre sin control de esa mujer es la esterilidad misma, vida que se escapa sin poder detenerla, existencia sin frutos.
Doce años la hija de Jairo, doce años de niña a punto de ser mujer, de juegos e infancia al borde de la capacidad de ser madre, doce años cumplidos en que muere a los ojos de Jairo como hija: había de entregarla como esposa de acuerdo a los cánones sociales de la época, sujeto a su misma condición social relevante. La niña de doce años también es la esterilidad misma, es una mujer en ciernes que no florecerá como madre dormida en los lazos de la muerte.
Es lo ineludible, lo que en apariencia es insalvable; quizás el sufrimiento y la muerte encuentren un fundamento ávido cuando se arraigan en la resignación, en lo que es así y nunca de otro modo, en el no se puede.
Aún así, entre los apretados preconceptos y las razones cerradas, pasa Jesús.
Y sucede el milagro primero, la fé -don y misterio-, que se revela ante todo como confianza más allá de toda razón y esperanza que rompe toda subordinación a lo que se nos muere. Una fé totalmente personal, concreta, rostro único e irrepetible te cada persona, existencia que no se sustituye así abunde esa multitud de ideas y actitudes que no dejan salir a la luz lo más importante: el rostro humano del dolor y la cara visible y concreta de la Salvación. Una fé concreta que se atreve -maravillosamente irreverente a toda imposición- a lo concreto, a tocar, a abrazar, mano amiga que auxilia al que se ha caído de bruces al suelo y ya parece que no podrá ponerse en pié.
Es claro que no todos lo aceptan, sólo el Maestro entre tantos lo perciben. Unos, aceptando como normal y habitual el discurrir de la multitud que desdibuja los rostros: la mujer movida por ese coraje enraizado en la fé sólo ha sido advertida y redescubierta por Jesús.
La niña-mujer que Jesús asegura dormir y no morir, es motivo de burlas; es claro que es más fácil atarse a la costumbre y la sumisión de lo habitual que atreverse a ir más allá.
No son tanto dos milagros, sino más bien tres o muchos más si se quiere: es la mujer reconocida y curada desde la fé y el coraje, que deja de estar postrada en el dolor y la exclusión -Él la llama hija-, es Jairo que siendo testigo de ese milagro y desde allí, puede aceptar que la muerte no prevalece y que ese rabbí puede hacer lo que se presente como imposible, son esas gentes imposibilitadas de asumir como propias las lágrimas de Jairo y su esposa -rápidas para la burla y lentas para la compasión-, es la niña que despierta del estupor aparentemente insalvable de lo que perece.
¡Talita kum! dice con autoridad el Maestro, y sus palabras atraviesan toda barrera de la historia y llega a nuestro presente, a nuestras postraciones, a nuestras esterilidades, a nuestras muertes cotidianas, animándonos a dar un paso más, a la bravura del despertar de la resignación, a vidas frutales que todo lo pueden.
Paz y Bien
La sangre sin control de esa mujer es la esterilidad misma, vida que se escapa sin poder detenerla, existencia sin frutos.
Doce años la hija de Jairo, doce años de niña a punto de ser mujer, de juegos e infancia al borde de la capacidad de ser madre, doce años cumplidos en que muere a los ojos de Jairo como hija: había de entregarla como esposa de acuerdo a los cánones sociales de la época, sujeto a su misma condición social relevante. La niña de doce años también es la esterilidad misma, es una mujer en ciernes que no florecerá como madre dormida en los lazos de la muerte.
Es lo ineludible, lo que en apariencia es insalvable; quizás el sufrimiento y la muerte encuentren un fundamento ávido cuando se arraigan en la resignación, en lo que es así y nunca de otro modo, en el no se puede.
Aún así, entre los apretados preconceptos y las razones cerradas, pasa Jesús.
Y sucede el milagro primero, la fé -don y misterio-, que se revela ante todo como confianza más allá de toda razón y esperanza que rompe toda subordinación a lo que se nos muere. Una fé totalmente personal, concreta, rostro único e irrepetible te cada persona, existencia que no se sustituye así abunde esa multitud de ideas y actitudes que no dejan salir a la luz lo más importante: el rostro humano del dolor y la cara visible y concreta de la Salvación. Una fé concreta que se atreve -maravillosamente irreverente a toda imposición- a lo concreto, a tocar, a abrazar, mano amiga que auxilia al que se ha caído de bruces al suelo y ya parece que no podrá ponerse en pié.
Es claro que no todos lo aceptan, sólo el Maestro entre tantos lo perciben. Unos, aceptando como normal y habitual el discurrir de la multitud que desdibuja los rostros: la mujer movida por ese coraje enraizado en la fé sólo ha sido advertida y redescubierta por Jesús.
La niña-mujer que Jesús asegura dormir y no morir, es motivo de burlas; es claro que es más fácil atarse a la costumbre y la sumisión de lo habitual que atreverse a ir más allá.
No son tanto dos milagros, sino más bien tres o muchos más si se quiere: es la mujer reconocida y curada desde la fé y el coraje, que deja de estar postrada en el dolor y la exclusión -Él la llama hija-, es Jairo que siendo testigo de ese milagro y desde allí, puede aceptar que la muerte no prevalece y que ese rabbí puede hacer lo que se presente como imposible, son esas gentes imposibilitadas de asumir como propias las lágrimas de Jairo y su esposa -rápidas para la burla y lentas para la compasión-, es la niña que despierta del estupor aparentemente insalvable de lo que perece.
¡Talita kum! dice con autoridad el Maestro, y sus palabras atraviesan toda barrera de la historia y llega a nuestro presente, a nuestras postraciones, a nuestras esterilidades, a nuestras muertes cotidianas, animándonos a dar un paso más, a la bravura del despertar de la resignación, a vidas frutales que todo lo pueden.
Paz y Bien
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