Para el día de hoy (29/01/18):
Evangelio según San Marcos 5, 1-20
La escena que el Evangelio para el día de hoy nos brinda se desarrolla en tierras paganas, en la Decápolis, es decir en la región de esas diez ciudades bajo jurisdicción de la provincia romana de Siria, con una mayoría predominantemente helenística. Por ello mismo -por razones religiosas y nacionalistas- no eran miradas con buenos ojos por los judíos del pueblo de Israel; se los presuponía ajenos a cualquier bondad de Dios y más, pasibles de todos los castigos.
En esas tierras a las que jamás se permitiría una bendición del Creador, precisamente allí se encamina el Maestro con los suyos para llevar también la Buena Noticia, para que el Reino crezca y acontezca.
Lo nuevo y lo bueno es el amor infinito de Dios que se derrama por todas las naciones como lluvia fresca, renovadora de toda vida, pues las fronteras -terrestres, políticas, religiosas, psicológicas- son cruel y torpemente propias con las que solemos diferenciarnos de los demás, de los extraños, una malsana azada que poda cualquier brote de fraternidad.
Para no quedar presos de la literalidad, es saludable y necesario detenernos en los signos y los símbolos que se nos ofrece en la palabra, que no es una crónica histórica sino teológica, es decir, espiritual.
Apenas Jesús desembarca, le sale al paso un hombre alienado, seguramente enarbolando gritos angustiados y vistiendo algún harapo miserable.
La descripción que hace el Evangelista Marcos es tan detallada como dolorosa: es un hombre poseído por un espíritu maligno, según los vecinos del lugar. Es violento y suele hacerse daño a sí mismo, por ello intentan dominarlo -no sanarlo, no contenerlo- mediante cadenas y grilletes; finalmente, lo dejan librado a su suerte, y su hogar será una casa de muertos, un cementerio.
Estamos acostumbrados a señalar que cuando Jesús se hace presente, todo mal se dispersa, y ello está muy bien; pero es menester no soslayar que también, cuando Él está, se ponen en evidencia todas las miserias y dolores que a menudo se desdibujan bajo pátinas de costumbre.
Porque ese hombre sufre su dolencia pero a la vez sufre el dolor del rechazo y de la resignación de sus vecinos a su situación intolerable que consideran irresoluble y sin retorno. Los mismos que condenan al hombre a la soledad no reconocen la Salvación que está allí, entre ellos, en ese rabbí galileo.
El hombre endemoniado, inmerso en sus sombras y a voz en cuello lo reconoce como Hijo de Dios y Señor.
Hay un dato que suele ser motivo de contrapuestos análisis por expertos exégetas: por aquellos años, tenía su asiento en Siria la Legión 10a. -Legio X Fretensis- cuyos estandartes de combate ostentaban como símbolo distintivo a un jabalí, es decir, a un cerdo salvaje. Las legiones romanas garantizaban la obediencia de los pueblos sometidos al imperio mediante su fuerza militar aplastante -la X Fretensis sería decisiva años después, bajo los mandos de Vespasiano y de Tito en la destrucción de Jerusalem-. Y como no hay casualidades, y menos en la Palabra, es significativo que el espíritu maligno que sojuzga a ese hombre se llame, precisamente, Legión.
Por ello mismo podemos atrevernos a sugerir lo concreto de la Buena Noticia, que trasciende cualquier postura ideológica pero que también trasciende toda abstracción o generalización. Lo que se impone por la fuerza, desde lo interpersonal hasta los imperialismos de toda laya son malignos, enfermos, causa de inhumanidad y dolor.
El Maestro se acerca a ese hombre recluido en su soledad y su violencia como hermano, con delicadeza y reconocimiento pleno de su dignidad. Esas nubes negras que asolan su alma se vuelcan a una piara -símbolo clásico de lo impuro- y finalmente los cerdos se arrojan al mar, quedando como consecuencia un hombre reconstituido, renovado, en sus sano juicio, entero y libre para decidir, para amar, para vivir, y que ante todo es enviado entre los suyos para dar testimonio de la compasión que Dios ha tenido para con él, principio fundamental de la evangelización: contarle a los otros todo lo bueno que el Dios de la Vida ha hecho en nuestras existencias.
Hay una vida pre-condenada que a pura bondad se ha recuperado, y quizás no haya algo más valioso. Sin embargo, los gerasenos le piden al Maestro que parta de inmediato: el recuperar la salud de ese hombre les ha costado mucho, toda una piara de valiosos cerdos, y no quieren ni imaginarse lo que sucedería de continuar Jesús de Nazareth con su paso sanador.
Ellos prefieren preservar sus bienes a salvar una vida, pero no hay fortuna ni palacio ni templo en todo el universo que valga más que una sola vida.
Ellos son los endemoniados, en la misma lógica de las legiones, en la sintonía del dinero, y ése es justamente el milagro y la enseñanza que acontece, fruto del Reino aquí y ahora, misión primordial de la Iglesia.
La vida ante todo.
Paz y Bien
En esas tierras a las que jamás se permitiría una bendición del Creador, precisamente allí se encamina el Maestro con los suyos para llevar también la Buena Noticia, para que el Reino crezca y acontezca.
Lo nuevo y lo bueno es el amor infinito de Dios que se derrama por todas las naciones como lluvia fresca, renovadora de toda vida, pues las fronteras -terrestres, políticas, religiosas, psicológicas- son cruel y torpemente propias con las que solemos diferenciarnos de los demás, de los extraños, una malsana azada que poda cualquier brote de fraternidad.
Para no quedar presos de la literalidad, es saludable y necesario detenernos en los signos y los símbolos que se nos ofrece en la palabra, que no es una crónica histórica sino teológica, es decir, espiritual.
Apenas Jesús desembarca, le sale al paso un hombre alienado, seguramente enarbolando gritos angustiados y vistiendo algún harapo miserable.
La descripción que hace el Evangelista Marcos es tan detallada como dolorosa: es un hombre poseído por un espíritu maligno, según los vecinos del lugar. Es violento y suele hacerse daño a sí mismo, por ello intentan dominarlo -no sanarlo, no contenerlo- mediante cadenas y grilletes; finalmente, lo dejan librado a su suerte, y su hogar será una casa de muertos, un cementerio.
Estamos acostumbrados a señalar que cuando Jesús se hace presente, todo mal se dispersa, y ello está muy bien; pero es menester no soslayar que también, cuando Él está, se ponen en evidencia todas las miserias y dolores que a menudo se desdibujan bajo pátinas de costumbre.
Porque ese hombre sufre su dolencia pero a la vez sufre el dolor del rechazo y de la resignación de sus vecinos a su situación intolerable que consideran irresoluble y sin retorno. Los mismos que condenan al hombre a la soledad no reconocen la Salvación que está allí, entre ellos, en ese rabbí galileo.
El hombre endemoniado, inmerso en sus sombras y a voz en cuello lo reconoce como Hijo de Dios y Señor.
Hay un dato que suele ser motivo de contrapuestos análisis por expertos exégetas: por aquellos años, tenía su asiento en Siria la Legión 10a. -Legio X Fretensis- cuyos estandartes de combate ostentaban como símbolo distintivo a un jabalí, es decir, a un cerdo salvaje. Las legiones romanas garantizaban la obediencia de los pueblos sometidos al imperio mediante su fuerza militar aplastante -la X Fretensis sería decisiva años después, bajo los mandos de Vespasiano y de Tito en la destrucción de Jerusalem-. Y como no hay casualidades, y menos en la Palabra, es significativo que el espíritu maligno que sojuzga a ese hombre se llame, precisamente, Legión.
Por ello mismo podemos atrevernos a sugerir lo concreto de la Buena Noticia, que trasciende cualquier postura ideológica pero que también trasciende toda abstracción o generalización. Lo que se impone por la fuerza, desde lo interpersonal hasta los imperialismos de toda laya son malignos, enfermos, causa de inhumanidad y dolor.
El Maestro se acerca a ese hombre recluido en su soledad y su violencia como hermano, con delicadeza y reconocimiento pleno de su dignidad. Esas nubes negras que asolan su alma se vuelcan a una piara -símbolo clásico de lo impuro- y finalmente los cerdos se arrojan al mar, quedando como consecuencia un hombre reconstituido, renovado, en sus sano juicio, entero y libre para decidir, para amar, para vivir, y que ante todo es enviado entre los suyos para dar testimonio de la compasión que Dios ha tenido para con él, principio fundamental de la evangelización: contarle a los otros todo lo bueno que el Dios de la Vida ha hecho en nuestras existencias.
Hay una vida pre-condenada que a pura bondad se ha recuperado, y quizás no haya algo más valioso. Sin embargo, los gerasenos le piden al Maestro que parta de inmediato: el recuperar la salud de ese hombre les ha costado mucho, toda una piara de valiosos cerdos, y no quieren ni imaginarse lo que sucedería de continuar Jesús de Nazareth con su paso sanador.
Ellos prefieren preservar sus bienes a salvar una vida, pero no hay fortuna ni palacio ni templo en todo el universo que valga más que una sola vida.
Ellos son los endemoniados, en la misma lógica de las legiones, en la sintonía del dinero, y ése es justamente el milagro y la enseñanza que acontece, fruto del Reino aquí y ahora, misión primordial de la Iglesia.
La vida ante todo.
Paz y Bien
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