Las sandalias del Señor











Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia
 
Para el día de hoy (02/01/18): 

Evangelio según San Juan 1, 19-28






La situación descripta por el Evangelista Juan tiene un carácter crítico: su predicación a orillas del Jordán no era neutra, intangible, la integridad de su persona y la evidencia de que Dios estaba de su lado le brindaban un ascendiente cada vez mayor sobre un pueblo hambriento de una esperanza que se le cercenaba tras la humillación imperial y a causa de una religiosidad opresiva, que se obsesionaba por las normas y los preceptos antes que por Dios y los corazones.

Su prédica y su bautismo acontecen en Betania -o Bethabara- que no es la misma Betania de los amigos de Cristo -Lázaro, María y Marta-, que estaba a tres kilómetros de Jerusalem a la vera del camino a Jericó. Juan bautizaba más al norte, es decir en lo que hoy es territorio del reino de Jordania y no en Judea.
Sin dudas hay una profusa discusión al respecto, pero en el fondo se trata de sitios diferentes: lo crucial estriba en que a pesar de que el lugar está alejado, sitio considerado como desierto, envían desde Jerusalem a sacerdotes y levitas para interrogar al Bautista.
Eso es lo crítico: Jerusalem es donde se asienta y arraiga la ortodoxia religiosa, la religiosidad oficial que mira lo distinto con violento temor y militante desprecio, el reducto de los enemigos mortales del mismo Cristo.

Esos levitas y esos sacerdotes no son simples veedores, sino censores severos que están allí, a una gran distancia de su lugar habitual, para realizar un interrogatorio hostil que puede tener consecuencias impensadamente trágicas.

Es menester hacer un alto, para despejar cualquier duda: la lectura nos anoticia que los judíos son los que envían esa comisión interrogadora, y ante cualquier atisbo perdurable de antisemitismo entre nosotros -que lo hay, que perdura- recordemos que Jesús, José y María de Nazareth eran judíos hasta los huesos, al igual que el Bautista, Zacarías e Isabel y todos los discípulos. Esa mención refiere puntualmente a las autoridades religiosas.

La santidad, la vida en el Espíritu no implica el abandono de la inteligencia y resignar la astucia. Juan sabe que muchas cosas se dicen acerca de él, y quiere despejar cualquier duda de una buena vez, antes de que ese alud de rumores inciertos vayan demasiado lejos de la verdad que respira y profesa.

Las respuestas de Juan son un ejemplo preclaro y certero de la vida cristiana, la humildad. Saber lo que somos, y por ello saber lo que no somos. Él no es el Mesías y lo anuncia con claridad y sin ambages. Tampoco es Elías ni se reconoce como un gran profeta, a pesar de que es el último de una extensa tradición. Nada de eso. Él es sólo una voz que clama en el desierto. Presta su voz para que se exprese el mensaje que el Dios del universo quiere transmitir, presta su voz para preparar los corazones para la Palabra que ya está entre ellos, que ha llegado.

Su humildad es santa: su bautismo es con agua, pero no es nada comparado con el bautismo de fuego, en el Espíritu de Aquél que viene. Y Él se reconoce indigno de desatar la correa de sus sandalias.
Este gesto en una primera mirada nos enfoca en un cuadro de humildad, pues era tarea de los esclavos -y de los esclavos gentiles- desatar las sandalias y lavar los pies polvorientos de sus señores. Pero aquí hay más, siempre hay más.
En la tradición de Israel, jurídicamente desatar las correas un hombre a otro implicaba demostrar en ese gesto subordinación del desatado, quitarle autoridad. Pero además en la memoria de ese pueblo tan sufrido, persistía la figura del Go'El, el redentor especialista en rescatar a algún miembro de la tribu que haya caído prisionero o esclavo de bandoleros o acreedores. El Go'El calzaba sandalias que simbolizaban esa autoridad decisiva.
Por todo ello, Juan lo expresa, se siente y reconoce indigno de ese Cristo, Redentor de su pueblo y del mundo entero, al que servirá desde su servicio humilde e íntegro. Toda su existencia señala a Cristo.

Hay entonces un convite misionero a calzarnos las sandalias del profeta del Jordán. Sandalias de saberse pequeño, de saberse lo que uno es, de expresar que la mirada de los hermanos debe dirigirse hacia el Cristo que está ahora mismo entre nosotros.
Y cuando las cosas maduras, descalzarnos. La tierra, con todo y a pesar de todo, es sagrada y hay una zarza ardiente perpetua, pues Dios se ha encarnado y acampa entre nosotros.

Paz y Bien

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