Para el día de hoy (13/01/17):
Evangelio según San Marcos 2, 1-12
Todo texto -y más aún la Palabra- tiene niveles de profundidad, a los que se accede meditando, reflexionando, internándonos en el terreno frutal de los símbolos. En nuestro caso, además de la meditación y la reflexión nos asiste la contemplación que es escucha atenta, pues la Palabra es Palabra de Vida y Palabra viva. Dios nos habla hoy a todos y cada uno de nosotros.
Por eso en la lectura que nos ofrece la liturgia del día, podemos adentrarnos mar adentro de significados y la trascendencia de un Dios que nos habla, Verbo eterno tan cercano y parecido a todos nosotros.
El Maestro regresaba de una de sus travesías misioneras a Cafarnaúm, a la casa en donde solía hospedarse, hogar de amigos, y al difundirse la noticia de su presencia allí, las gentes comenzaban a agolparse a las puertas y por todo el lugar. No había modo de pasar.
Hemos de tener en cuenta que nos encontramos en tierras judías, aún cuando éstas integren la periferia galilea. Por ello, toda esa multitud está constituida por hijas e hijos de Israel que ven el ejoven rabbí galileo a alguien propio y bendito, aún cuando muchos solamente busquen los beneficios taumatúrgicos que parece irradiar. Pero ese mismo fervor que los congrega allí impide a otros tantos que puedan acercarse a Cristo, que a nadie rechaza.
Adentrarse en los símbolos. Los particularismos y exclusividades son nefastas, y poco tienen que ver con la Buena Noticia, y esas gentes impiden acceso a todos aquellos que no son del Pueblo Elegido, por lo cual deben -justamente- quedar fuera paganos y gentiles. Sólo reemplazando nombres se nos presentan situaciones, y es el cariz de una Iglesia que a fuer de estricta se repliega sobre sí misma y obtura puertas y ventanas para tantos descastados y descartados de cualquier origen.
En los tiempos del ministerio del Señor, los enfermos languidecían su enfermedad en una suerte de colchones que también podían portarse al modo de camillas. Para quien estuviera enfermo, la vida se acotaría a ese cuadrado de tela, tal vez relleno de paja, y dependía de otros para cualquier desplazamiento.
Ese enfermo en esas angarillas portadas por cuatro hombres que representan los cuatro puntos cardinales, expresan a una humanidad enferma y postrada por el pecado que acude a la puerta de Israel buscando salvación, pero allí hay como un muro que les impide cualquier acceso. El paciente postrado puede ser las prostitutas, los publicanos, los gentiles, los paganos, todos aquellos impares que no son como nosotros, que deben quedar fuera por no pertenecer.
Sin embargo, estamos en un nuevo tiempo, el tiempo de la Gracia en el que todos los no se puede no tienen lugar ni serán definitivos como no lo es la muerte. La solidaridad y la compasión que son frutos de la fé encuentran caminos para que las gentes se encuentren con el Cristo, fuente de toda paz, salvación y felicidad.
La misión implica coraje y también creatividad, y catolicidad trasciende no dejando a nadie fuera del ágape del Señor, abriendo boquetes por los techos cuando parece que todas las puertas se han cerrado y nada más queda.
Paz y Bien
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