El Santísimo Nombre de Jesús
Para el día de hoy (03/01/17):
Evangelio según San Juan 1, 29-34
El cordero era muy importante para las culturas mediterráneas y de Oriente Medio, ganado habitual en la zona y por ello con implicaciones económicas y culturales en la configuración de la dieta. Pero en la cultura judía adquiere una relevancia mayor por su carga simbólica en el ámbito religioso, y traía a la memoria imágenes muy valiosas.
El cordero pascual con cuya sangre se pintaron las puertas de los fieles, señal de vida que libraba al pueblo de la muerte y dá comienzo a su liberación.
El cordero sacrificial que Dios provee a Abraham para ocupe el lugar de Isaac, para que el hijo viva, para que no haya más sacrificios humanos.
El cordero cantado por el profeta Isaías, Siervo Sufriente y manso que es ajusticiado para redimir a los suyos.
El cordero que se compraba y se llevaba al Templo para que los sacerdotes lo sacrificaran, ofrenda que el creyente debía entregar para el perdón de los pecados cometidos.
El padre del Juan -Zacarías- era sacerdote de la clase de Abías y prestaba servicio en el Templo; quizás por ello estaba tan presente en el Bautista, desde niño, esa imagen del cordero ofrecido para expiar los pecados.
La escena estremece. Allí donde Juan bautizaba solía concurrir una multitud creciente, gentes que buscaban perdón desde el bautismo y la conversión. Pero también se encontraban, atentos, los hombres enviados desde Jerusalem, severos inspectores de la ortodoxia, expertos religiosos que buscaban señales para silenciar al íntegro profeta.
Por entre el gentío que se acerca a bautizarse camina también un joven galileo de Nazareth. Es un hombre pobre como se nota en sus ropas, y tal vez su acento provinciano lo delate. Camina humilde entre las gentes, inadvertido para la gran mayoría, invisible para esos hombres tan piadosos que observan todo con ojos expertos.
Pero el Bautista hace contener el aliento a toda la historia: señala al joven nazareno y lo identifica como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Cordero que no lo traen los fieles, sino que es ofrecido por Dios mismo. Cordero manso para la redención de su pueblo. Cordero que se sacrifica para señalar los corazones de los fieles, para que la muerte pase de largo. Cordero que es liberación. Cordero que quita el pecado del mundo: no es un trueque por las faltas personales, ni el fragmento de un ritual tabulado. Es el Cordero que interviene personalmente en la historia para cargar en sus hombros el mal de su pueblo, de todos los pueblos, de un mundo que no es de Dios.
Juan no lo conocía, y seguramente mirando normalmente no hubiera podido descubrirlo. Pero la mirada de Juan es una mirada de fé que se alumbra por el Espíritu que lo impulsa, el mismo Espíritu que desciende sobre el joven nazareno, Hijo de Dios, teofanía trinitaria.
El Nombre del Cordero de Dios es Jesús de Nazareth. Jesús -Yehosua-, Dios salva, y Nazareth es mucho más que un cariz geográfico, un gentilicio. Nazareth es la periferia de todo, allí donde nunca pasa nada y de donde nada bueno ni nuevo se espera. Desde esos bordes Dios mismo interviene y transforma la historia, empujando la vida.
Sólo desde la fé lo reconoceremos. Sólo desde la fé comprenderemos su identidad y podremos volvernos a preguntar quien es Él para nosotros, un Cristo pobre y humilde que camina silencioso en medio de su pueblo.
Paz y Bien
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