Los reyes, la estrella y los regalos









La Epifanía del Señor
 
Para el día de hoy (06/01/17):  

Evangelio según San Mateo 2, 1-12



Epifanía es un término de origen griego que significa, literalmente, manifestación. Aplicaba tanto para expresar la entrada triunfal de un rey a la ciudad, rodeado de su ejército y su corte en atavíos solemnes como también la manifestación de lo divino en el ámbito humano, a favor de las gentes.

Por una tradición algo incierta originada en el siglo VIII en Armenia, solemos mentar a la fiesta que hoy celebramos como Día de Reyes Magos; por supuesto, el comercio y el consumo se hicieron cargo de deformar su honda trascendencia.
En realidad sí se trata de un día de reyes, de dos reyes muy distintos.

Uno, Herodes el Grande -padre de Antipas- es rey de Israel, o mejor dicho, de lo que quedaba de Israel y los romanos permitían. Por ser de origen idumeo, no tenía consigo las simpatías de su pueblo y muchos lo consideraban un usurpador; su corona dependía de los caprichos políticos del emperador de Roma, del cual era vasallo. Aún así, durante su gobierno no hubo guerras y se amplío y reconstruyó con una belleza asombrosa el Templo de Jerusalem.
Pero también es el hombre del poder por el poder mismo sin límites, un tirano paranoico que no vacila en derramar sangre para garantizar su dominio; así hará ejecutar a varios de sus familiares, y reprimirá sin piedad cualquier disidencia. En su opulento palacio de Jerusalem, al enterarse por esos extraños visitantes llegados de lejos que ha nacido un presunto rey de los judíos, convoca a los sacerdotes y a los escribas -los expertos religiosos- para que indaguen acerca de la veracidad de ese anuncio. La siempre terrible conjunción de la política y la religión, del poder y la fé. Frente a la certeza que el Mesías nacería en Belén, trampea argumentos para asesinar a ese bebé, pues el niño cuestiona su poder. Ese niño es una amenaza que pone en evidencia, desde su debilidad, que su poder es ilegítimo y, peor todavía, que es falso.

El otro rey es un niño frágil en brazos de su Madre. Desde un pueblito perdido -que es también la ciudad del rey David-, lejos del poder, las cortes y los palacios, ilumina la noche de la humanidad y se transforma en júbilo para los pequeños, buena noticia para los pobres, liberación para todos los pueblos. 
Un bebé que lo alimenta su madre jovencísima -una muchachita ignota- y lo guarda servicial su padre carpintero de Nazareth.

Los viajeros son identificados como magos -magoi-, probablemente astrólogos/astrónomos de la religión de Zoroastro. Desde su fé y su ciencia buscan e indagan las señales y profecías antiguas, y por buscadores honestos hallarán lo que están buscando. Paz a los hombres de todos los pueblos de buena voluntad. Una estrella es la señal que guía sus pasos, una estrella que es simbolo de la realeza pero también señal de las implicaciones cósmicas de un rey que ha nacido en Belén de Judea. Ellos siguen los extensos caminos tras la huella que la estrella amiga y movediza les vá marcando. Enfocan su mirada hacia el cielo para encontrar con precisión lo que buscan aquí abajo.
Por eso y por sus corazones que buscan la verdad, frente al bebé en brazos de su madre reconocen al rey, al rey verdadero y se postran adorándole.

Llevan consigo regalos carísimos, oro, incienso y mirra para rendir homenaje a Aquél que es verdadero rey, verdadero Dios y verdadero hombre, y quizás sin saberlo preanuncian una noche de Pasión y Resurrección, la mirra en manos de María Magdalena. Son regalos de un altísimo costo que seguramente servirá como sustento para el largo viaje del exilio a Egipto de la Sagrada Familia, santa providencia de Dios. Pero en realidad, el verdadero tesoro es Aquél que estaban buscando.

Para todos nosotros, disponible y generosa, siempre hay una estrella que nos orienta, aún en la noche más cerrada de la existencia. Desde la fé, es necesario elevar la mirada al cielo para encontrarla y ponerse en camino, pues quedarse implica morirse.
Y seguiremos andando, a pesar de las amenazas brutas de los tiranos, a pesar de todas las especulaciones, a pesar de todas las razones en contrario, animándonos a buscar a ese rey que transforma nuestras vidas, que es nuestra alegría y nuestra paz, el Hijo de Dios que es nuestro hijo, nuestro hermano y nuestro Señor, al que le llevamos el oro de un corazón que lo reconoce con sabiduría, el incienso de la oración y la mirra de la misericordia.

Paz y Bien 

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