Para el día de hoy (21/01/17):
Evangelio según San Marcos 3, 20-21
No era nada fácil andar con Jesús de Nazareth.
Sus enseñanzas y el modo en que vivía, la firmeza y fidelidad a su misión, sus claros indicios de ruptura con lo que se suponía firme y férreo.
A veces resulta útil situarse como un observador neutral del ministerio del Señor.
Originario de un pueblito galileo que se pierde en los mapas y que no importa a nadie, se larga a los caminos anunciando que el Reino de Dios está cerca, muy cerca, al alcance de todos los corazones.
Que Dios es un Padre que ama, un Dios Abbá, y que ama a todos especialmente a los pobres y a los pequeños, a los que nadie quiere.
Los olvidados se maravillaban con su palabra de esperanza, los descartados rituales se asombraban pues los sanaba de todos sus males, los pecadores públicos se estremecían pues los convocaba a una nueva vida y compartía con ellos pan y vino.
No escatimaba manos cordiales, bendiciones ni abrazos. No se callaba frente a las infamias, a la injusticia y a la opresión.
Para colmo, estaba de narices con las autoridades religiosas -o mejor dicho, lo tenían montado entre ceja y ceja-: lo que hacía y decía rompía los criterios estrictos, vulneraba los reglamentos que ellos mismos establecían y aplicaban y el pueblo -doblegado por la imagen de un Dios severísimo y verdugo- comenzaba a sonreír pleno de esperanza y perdón, en los asombros de la Gracia que de Él florecía.
Es claro que no prometía una alternativa religiosa o política. Todo en Él era rotundamente nuevo, Buenas Nuevas para todos aquellos a quienes la realidad cotidiana era tristemente gris, continuamente terrible, insoluble sin horizonte.
La incomprensión acerca de su misión y su identidad alcanzaba a sus allegados. El término parientes, en el siglo I, involucraba a la tribu, a la familia en el sentido amplio y nó tanto al grupo familiar primario. La tribu tenía una importancia crucial en el resguardo de la identidad y la protección del patrimonio común, pero también fijaba criterios de conservación moral y honor; de ese modo, si uno de ellos cometía un delito o un acto deshonroso, acarreaba desgracia e injurias a toda la familia. Pensemos por un momento que Jesús de Nazareth no ha cumplido nada de lo que de Él se espera, es decir, que siga el oficio de su padre carpintero, que busque una mujer, se case y tenga hijos, que siga las tradiciones de sus mayores y especialmente que no genere escándalos. Su enfrentamiento terrible con escribas y fariseos, a la par de toda su actividad, hace suponer a sus parientes que ha enloquecido y tratan de retenerlo pues infieren que ha enloquecido, traatando quizás que la cosa no pase a mayores.
Difícil vida la del Maestro, frente a la incomprensión de los suyos, de los cercanos, de los que treinta años crecieron a su lado.
Que el Espíritu de Dios nos siga encendiendo con la amable locura del Reino, en medio de tanta inhumana racionalidad, locos de amor, locos de esperanza, locos de fidelidad y servicio, para mayor gloria de Dios y bien de los hermanos.
Paz y Bien
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