Para el día de hoy (04/01/16):
Evangelio según San Juan 1, 35-42
De entre los cuatro Evangelistas, sólo Juan es quien utiliza el título Cordero de Dios, y lo hace con carácter cristológico y por ello mesiánico. Ello implica desde el vamos que le brinda una importancia crucial, única, y debemos indagar un poco en su significado y su simbología.
A simple vista, imagen del cordero remite a la mansedumbre, a la paciencia, a nunca arribar a las playas oscuras de la violencia. Pero para el pueblo de Israel, esta imagen tenía una carga de significados que trascendía los tiempos: con la sangre de un cordero puro -sin manchas- se marcarían las puertas de los hogares de los fieles, momentos antes de la partida de Egipto, como señal indeleble para que el Exterminador pase de largo y se preserve la vida de los hijos. Es decir, señal de vida y liberación por parte de su Dios, y ese pueblo haría memoria de esa ocasión bendita, en cada generación, inmolando en las fiestas propicias un cordero sin manchas, perfecto, pues a Dios no se le ofrecen las sobras, sino lo mejor de lo mejor.
Por todo ello, la afirmación del Bautista -Este es el Cordero de Dios- señalando a Jesús de Nazareth, es revolucionaria para su fé, y estremece a los presentes, especialmente a los discípulos del Bautista.
Juan habla por el Espíritu que lo anima, porque al Cordero se le reconoce desde una mirada de fé, una mirada de fé que identifica en Jesús el Cristo a ese Cordero que Dios nos ofrece para nuestra salvación, señal de vida y liberación que se encuentra en la misma persona del Redentor, desplazamiento de lugares santos hacia el Templo de templos, ese Cristo caminante. Por Él, cada hombre y cada mujer son también templos vivos y latientes del Dios de la vida, y quizás algo extraviados, hemos perdido el rumbo, pues el culto primero comienza allí, desde la compasión.
Los discípulos de Juan, al escucharlo, no vacilan y se ponen en marcha tras de Cristo. Quizás se imaginan una nueva escuela o academia, con formalidades clásicas, y por eso lo llaman rabbí, y quieren saber el lugar donde vive, es decir, donde se reúne con los suyos para enseñar, y quizás por ello, la pregunta de trasfondo es conocer qué clase de doctrina aprenderán con Él.
La respuesta tiene mucho de desconcertante. Jesús de Nazareth no suele hacer lo que de Él se espera, sino lo que conviene a los planes de Dios, pero para esos hombres asombrados y para todos nosotros la invitación sigue siendo cada día, en cada despertar, la misma: -Vengan y vean-, pues la vocación es un árbol que dá frutos pero que debe ser cuidado a diario.
La invitación no es a tomar parte de un grupo cerrado, que se asienta en un lugar específico: la invitación es a compartir la totalidad de la vida del rabbí galileo, pero más aún. Siempre hay más. La invitación es a compartir la vida del Cordero de Dios, como señales de auxilio, de vida, de liberación, y afrontar sin vacilaciones el sacrificio, pues la fidelidad al Reino dice siempre que hay que desertar alegremente de toda violencia.
El compartir el caminar con el Cordero transforma de raíz a la existencia. Lo hemos conocido, nada será igual, y el Evangelio nos brinda como señal que Simón no será llamado ya como tal, sino como Cephas -Pedro-. Un nuevo nombre identifica una vida re-creada por el encuentro con el Cordero de Dios que nos salva, y que está entre nosotros.
Paz y Bien
1 comentarios:
la vocación es siempre una iniciativa de Dios" , Gracias, un buen día.
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