Para el día de hoy (27/01/16):
Evangelio según San Marcos 4, 1-20
El oscilante dilema entre el éxito y el fracaso ha ganado demasiados espacios, sociales, culturales, políticos y religiosos. Lo podemos percibir en la continua información que nos compele a ponernos del lado de los winners que nó de los losers, y quizás sin darnos cuenta esas categorías que refieren en principio a la pura praxis se han convertido en epítomes éticos.
Tal vez, en determinados aspectos sociales sean variables interesantes o válidas, pero su universalización es peligrosa; en cierto modo, son categorías clasificatorias de los aceptables y de los descastados, cuyo rótulo varía con el tiempo y las modas imperantes.
Lamentablemente también tienen una grotesca incidencia en la vida cristiana.
Ciertos criterios siguen aferrados a las viejas ideas de la acumulación de acciones piadosas en busca de la bendición eterna, con toda probabilidad en el más allá; ello, es claro, en principio no es malo, el error estriba en desalojar del corazón a la insondable Gracia de Dios.
Otros, sin embargo, suponen que detrás de todo fracaso habrá, en tiempo futuro -final, escatológico- una suerte de justa revancha de Dios que revierta esas derrotas.
Finalmente, otros se sumergen en una vida dual, aceptando sin cuestionamientos los fracasos y los éxitos, ambos parte del mísmo círculo de la existencia.
Todas esas posturas tienen visos veraces, pero se resuelven y deciden con parámetros exclusivamente mundanos, renegando inadvertidamente de toda trascendencia.
Por ello la enseñanza del Maestro: el Reino, que ya está presente entre nosotros, es infinito y no se deja circunscribir por nuestros limitados esquemas.
Como humildes labriegos de extrema confianza, estamos invitados a ser partícipes de la siembra de ese Reino.
Pero la vida cristiana requiere sembradores que se confíen plenamente en la asombrosa y escondida fuerza de la semilla. Cuando se siembra el Reino, cuando se vive el Evangelio -predicándolo en silencio con la propia existencia- no hay desperdicio a pesar de las piedras del camino, de los pájaros hambrientos, del aparente terreno estéril.
Inevitablemente e inesperadamente, la cosecha será abundante, asombrosa y vital.
No hay que desanimarse, ni resignarse, ni dejarse ganar el corazón en vanas perspectivas. La buena semilla del Reino siempre dará frutos santos en todos los terrenos.
Paz y Bien
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