Para el día de hoy (07/01/16):
Evangelio según San Mateo 4, 12-17. 23-25
El Bautista predicaba a orillas del Jordán, símbolo y signo para todo el pueblo de la imperiosa necesidad de atravesar nuevamente las aguas que separan la esclavitud de la libertad, el pecado de la reconciliación con Dios. Así, su bautismo en el agua implicaba un morir a la vida antigua y un emerger, renacidos, a la vida nueva, preparando la huella para Aquél que había de venir, y que ya estaba entre las gentes.
Juan era la voz que clamaba en el desierto de las almas, voz ofrecida para que se escuche la Palabra.
Cuando Juan es detenido y arrojado a las mazmorras herodianas, acontecen dos cosas: por un lado, Jesús de Nazareth -que se había llegado allí para bautizarse- regresa a Galilea. El ambiente está enrarecido, pero a la vez Él sabe leer las señales del tiempo y a pesar de lo luctuoso, es el momento de dar comienzo a su ministerio. La promesa de Dios no se rompe, y Jesús de Nazareth continúa y hace pleno el mensaje del Bautista.
Por otro lado, hay una implicación simbólica, como si se callaran humildemente las voces del Antiguo Testamento para que pueda escucharse en todo su esplendor la Buena Noticia, una Buena Noticia que jamás estará condicionada por nada ni por nadie, ni por los poderosos, ni por los miedosos, ni por aquellos que utilizan la violencia como método de silencio brutal.
El Evangelista Mateo nos brinda unas coordenadas muy precisas: el Maestro se retira a Galilea -Juan predicaba en Judea-, se establece en Cafarnaúm y desde allí comienza a proclamar el Evangelio, el Reino de Dios entre nosotros. Estas coordenadas pueden hoy mismo ubicarse en un mapa, actual y antiguo; sin embargo, responden a una geografía teológica, es decir, a un ámbito específicamente espiritual.
Galilea se ubica al norte de Israel; tradicionalmente ha estado en el paso de todas las invasiones sufridas por los invasores de la nación judía, e incluso durante varios años fué colonizada por asirios y babilonios. Por ello y por estar en plena ruta comercial, a los galileos se los sindica como impuros por la implantación de colonias de cultura extranjera, por matrimonios mixtos y por el contacto con lo extraño, aún cuando los campesinos se mantenían fieles a la fé de Israel.
Galilea entonces, para las severas gentes de Judea -especialmente para los jerosolimitanos- son gentes de segunda categoría, de una religiosidad defectuosa, por lo cual no se espera nada bueno de allí y las exigencias rituales y preceptuales son mayores, a un nivel opresivo. En Galilea, Cafarnaúm ubicada a orillas del mar de Galilea, marca la frontera de la frontera: a la otra orilla se encuentra la Decápolis, el extranjero, la tierra pagana con la cual se tiene contacto habitual.
Por todo ello, no es fortuito que el Maestro comience su ministerio precisamente allí, ni es la primera causa el conocimiento por haberse criado en la zona: obedece al deseo de Dios de ubicarse en los márgenes mismos de la existencia, un Dios que no admite frontera alguna en su amor que es liberación y es Salvación.
El Hijo, adorado de Niño por esos magos llegados de lejos, irradia su luz a las naciones, a Israel y a todos los pueblos, sanando los cuerpos demolidos, vendando los corazones heridos, iluminando las miradas, despejando las sombras que ahogan y las tinieblas que impiden reconocer al hermano y a Dios.
Que esta Buena Noticia llegue a todas partes es nuestra vocación y nuestra misión.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario