Para el día de hoy (02/12/15):
Evangelio según San Mateo 15, 29-37
La liturgia hoy nos ubica en territorio pagano, en zona extranjera, la otra orilla del mar de Galilea.
Una multitud creciente lleva a la presencia del Maestro a paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos: la sanación/salvación es don para todos los pueblos, y no se adquiere por pertenencia a un grupo, raza o nación específicos, sino por una adhesión vital, por la confianza puesta en la persona de Jesús de Nazareth.
Allí encontramos una pista significativa: al ver tanto bien prodigado en sus existencias, todas esas gentes glorifican al Dios de Israel; en el caso de tratarse de una multitud judía, se hubieran limitado a glorificar a Dios.
Otra de las señales precisas es que Cristo, en vez de bendecir los alimentos -expresión de naturaleza judía-, dá gracias, que es el modo helénico de bendecir -Eucaristía-, y en esa expresión se ratifica el extrañamiento de la misión también.
El Pan de vida, que es pan de la Palabra de Dios y pan del sustento -Cristo mismo- se comparte tanto en Tierra Santa como en tierras paganas.
Aquí el Maestro toma la iniciativa, movido por la compasión. No se trata de un grupo de gentes con hambre habitual, crónica, persistente. Están hambrientos por permanecer felizmente en vilo durante tres días junto a Jesús, y es en esos tres días en los que acontece entre ellos la Salvación. El tercer día es señal de la muerte vencida, del mal que retrocede, de la Resurrección del Señor.
Todos comen y se sacian, recostados en la gramilla y las piedras del lugar, como hombres libres. La mediación, aún cuando es dubitativa y desconfiada, por parte de los discípulos es signo de un Dios que lleva su bendición, su amor y su Salvación a través del hombre, comenzando por Cristo y siguiendo por los discípulos de todos los tiempos, Dios encarnado en nuestra vecindad, un Niño Santo que es un poco hijo de cada uno de nosotros.
Siete canastas se llenan luego de saciarse todos. A diferencia de la otra oportunidad, con las doce canastas, el número hace una referencia simbólica: en tierras judías las canastas llenas son doce, en alusión a las doce tribus primordiales. En tierras paganas las canastas rebosantes son siete, en alusión al número veterotestamentario de setenta que engloba a las naciones paganas. Pero más allá de los números, canastas llenas de misericordia para todos los pueblos.
Siete canastas que no es descarte ni exceso, sino calurosa previsión de ternura de un Dios que está pensando en todos aquellos que se sentarán a comer del Pan de vida, nosotros mismos entre ellos.
Paz y Bien
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