Para el día de hoy (01/12/15):
Evangelio según San Lucas 10, 21-24
Jesús de Nazareth era un hombre capaz de compartir mesa, pan y vino, fiesta y todo motivo para celebrar. Los Evangelios nos sugieren que no era un hombre de rictus amargo y severo, como quisieron hacernos creer durante mucho tiempo, sino un hombre amable y alegre, presto a la sonrisa tanto como a la compasión.
Pero nada es casual, siempre hay una causalidad superior y trascendente que se esconde en la Palabra, y en la lectura que nos ofrece la liturgia de este día, el Evangelista Lucas resalta ese carácter del Maestro en una ocasión única y fundante.
Se trata de una profundísima experiencia de Dios como Padre: el abismo insondable de la alteridad ha sido salvado, ha sido tendido un puente definitivo en su persona, ya no hay brecha posible entre ese cielo que representa la voluntad de Dios y su concreción terrenal.
Experiencia de Dios como Padre pero de un Dios encarnado. Decididamente humano.
Ese misterio de amor se oculta a la mirada de los sabios y de los prudentes, de los que miran por sí mismos con su ego como filtro único, de los que se creen más y mejores. Pero a su vez se revela luminosamente a los pequeños, que aquí no es una referencia pueril sino más bien la condición de aquellos que no tienen sitio ni relevancia, los que no cuentan para nadie, mujeres y hombres descartados y sin rostro que sin embargo tienen de su lado al Dios del universo que es su paz, su alegría, su justicia. Los que no poseen más que la vida que ofrecen en servicio a los demás. Los que se saben mínimos y frágiles porque Dios los colma, es su plenitud, su felicidad.
Un Dios totalmente parcial, de su lado, afincado en sus corazones.
-hay pequeños también porque unos cuantos se han creído grandes-
Este Dios es tan maravillosamente parcial, tan identificado con los pequeños, con los que están a la vera de toda existencia, que hasta se hace uno de ellos, un pequeño Niño frágil y santo en brazos de su Madre.
Paz y Bien
1 comentarios:
Prácticamente, en toda vida humana, la única y verdadera grandeza a los ojos de Dios consiste en hacer las cosas pequeñas con mucho amor, en renunciar por Dios a esa serie de insignificancias de que está tejida nuestra vida. Señor , ayúdame a ser pequeña.
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