Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete
Para el día de hoy (13/12/15):
Evangelio según San Lucas 3, 2b-3. 10-18
Un profeta es un hombre que habla en nombre de Dios, y Dios habla a través de él. Un profeta anuncia futuro y denuncia los quebrantos presentes que se oponen a los deseos de Dios, la vida misma.
A un profeta el mensaje le quema por dentro, y no puede callar.
Por eso también un profeta proclama las cosas de Dios, y no se detiene en declamar. Toda declamación suele ser la verbalización de buenas intenciones, apenas un mensaje vacuo sin respaldo existencial: así entonces un profeta ratifica la veracidad de su proclamación con la total coherencia entre su mensaje y su vida cotidiana.
Juan parece ir a contramano de su tiempo. Ya su nacimiento es asombroso, sus padres están más cerca de ser abuelos que de la paternidad, y el nombre que le ponen no se condice con las tradición paterna, es decir, no se llamará Zacarías ese niño asombroso: en cambio se llamará Juan -sin que nadie en su familia se llame así- que significa literalmente Dios es misericordia.
Juan rompe también con la tradición familiar, y no será sacerdote como su padre Zacarías. Rechaza los pomposos vestidos sacerdotales, y se vestirá con pieles de animales salvajes. No participará de fastuosos banquetes, su alimento principal será la miel silvestre y algunas langostas.
Hay toda una señal que será llevada a su plenitud por Cristo: a Dios no se lo encuentra en lugares específicos y limitados como el Templo, sino en las honduras del corazón y muy especialmente en la persona del Mesías.
La integridad de Juan es enorme, deslumbrante, humildemente demoledora. Por ello atrae a un pueblo hambriento de verdad y liberación, y a su vez desata las iras de quienes detentan el poder religioso y político: esos hombres suponen que el joven profeta es una grave amenaza por su creciente influencia sobre el pueblo. Aunque quizás la verdad sea más sencilla: la probidad, la honradez, la entereza ponen en evidencia, con su sola presencia, todas las corrupciones y miserias.
Esas gentes, ese pueblo oprimido por el poder imperial romano y por una religiosidad asfixiante, le pregunta a Juan qué deben hacer. Es la misma pregunta que cualquier comunidad o cualquier persona se hará frente a tiempos gravosos, frente a las tinieblas, frente al sentido último de la vida, frente a una plenitud que se ansía pero a la que no se puede acceder, tal vez en semejanza a una imagen difusa de un Dios lejano e inaccesible, severo y punitivo.
Es menester volver a escuchar al profeta. La perfección, la plenitud, se despliega y acontece en lo cotidiano, en todas las cosas y oficios que desempeñamos, en justicia, solidaridad y honestidad, todos frutos cordiales de la Misericordia. Volver a Dios es volver al prójimo.
Hoy es Domingo de Gaudete, el Domingo de la Alegría, pues celebramos un nuevo despertar por la voz fuerte del profeta, porque el Señor está cerca, porque la felicidad no sólo es posible sino que es la vocación primera de todos los hijos de Dios.
Paz y Bien
1 comentarios:
Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor.» La voz del que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio.
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