El Bautista y la tierra prometida



Para el día de hoy (10/12/15): 

Evangelio según San Mateo 11, 11-15



En el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, el pueblo judío vivía ansioso de una liberación que antaño se les había prometido y parecía demorarse, un compromiso de parte de su Dios anunciado por antiguos profetas, especialmente Elías, quien regresaría para restaurar la nación judía en libertad y vínculo indisoluble con su Dios.

Por esas cuestiones y por una realidad agobiante, el surgimiento del profeta Juan, Bautista a orillas del Jordán vuelve a encender las esperanzas adormecidas del pueblo. Sin dudas, no era fácil escuchar al recio profeta del desierto: su llamado a la conversión, al regreso a una vida virtuosa en Dios se nutría de un lenguaje duro, pleno de imágenes que referían a ese Dios como un juez severo, implacable, vengador.
Aún así, la santa integridad del Bautista era aire fresco para tantas almas agobiadas, que lo escuchaban con agrado y atención, porque preparaba la inminente llegaba del Mesías que todos esperaban.

Acerca de Juan, el Maestro no ahorra elogios, pues ante la multitud, el Maestro declara sin ambages que el Bautista es el más grande de entre los nacidos de mujer. 
La afirmación estremece: Juan el Bautista es, a los ojos de Cristo, más grande que Abraham, que Moisés, que todos los profetas, que cualquier ser humano. Pero a su vez, una aparente contradicción ensombrece lo que proclama: el Bautista es el más grande, más sin embargo el más pequeño del Reino de los Cielos es mayor a él.

No se trata de un juego de palabras.
Juan, como un inclaudicable Moisés para su pueblo, endereza senderos y allana los caminos para el encuentro de los corazones con el Salvador. Y al igual que Moisés, conducirá al pueblo por el desierto por la dura huella de la conversión, del dejar atrás lo que perece, y los hará arribar a la tierra prometida. Pero él, cumplida su misión, dejará a las gentes seguir y no irá un paso más.
Juan es una bisagra de la historia de la Salvación, un hito en los tiempos de la fé, y por eso mismo los que vendrán después serán mayores a él no por méritos acumulados, sino por la Salvación que los rescata, el Evangelio que se hace tiempo.

Los profetas inclaudicables como el Bautista nos conducen a la tierra prometida de la Gracia, del nuevo bautismo definitivo en donde renacemos al amor infinito de Dios.

Paz y Bien

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