Para el día de hoy (17/12/15):
Evangelio según San Mateo 1, 1-17
Para muchas culturas antiguas, la relevancia de una persona estaba directamente asociada a su linaje, a sus antepasados famosos. Así entonces, se elaboraban extensas genealogías para destacar el carácter y también el destino de esa persona partiendo de la familia que lo precedía.
En ese modo procedural es que el Evangelista San Mateo establece en el Evangelio la genealogía de Jesucristo: refiere a su carácter único y a su misión de salvación, Mesías de Israel y de toda la humanidad, en base a toda una nutrida historia que lo precede.
Mateo no se afirma en la rigurosidad histórica, pues su intención no es desarrollar una crónica histórica, sino una crónica teológica o espiritual, y por ello incurre en aparentes errores o confusiones.
A diferencia de las tradiciones de los pueblos semíticos, en donde la voz cantante la llevaban los varones; en este caso, las que serán decisivas en la historia de Jesús de Nazareth serán cinco mujeres, María de Nazareth junto a cuatro extrañas compañeras. Extrañas, pues no hay ninguna matriarca, ninguna reina, ninguna figura femenina heroica de Israel: Tamar, Rahah, Rut y Betsabé -la mujer de Urías- son todas ellas extranjeras e infringen por ello las severas normas imperantes de pureza ritual. Todas presentan embarazos extraños, sospechosos, pero todas tienen un sagrado denominador común: por ellas y en ellas se mantiene viva la esperanza y la promesa de redención del Dios de Israel a su pueblo. Y este Dios parece conducirse desde los márgenes de la historia.
Mateo agrupa lapsos en tres grupos de catorce generaciones cada uno. La carga es simbólica: mientras que el número tres refiere a la divinidad, el número siete refiere a la perfección. Aquí, entonces, se nos presentan seis septenarios o seis lapsos de siete años previos al nacimiento del Señor. Por lo tanto, por la mano de Dios, en el nacimiento de Jesús comienza el séptimo año, el definitivo, el de la plenitud humana.
La genealogía está presentada de manera descendente, es decir, desde Abraham, pasando por el rey David, hasta Jesucristo. El Cristo de nuestra salvación es heredero de las promesas hechas a toda la humanidad por Abraham, padre de todas las naciones, y también heredero del rey David, y por ello en Él se cumplen las esperanzas de Israel.
Aunque quizás, lo más importante es que el Salvador ha nacido entre nosotros, como uno más, urdimbre silenciosa de Dios en la historia de un pueblo y bendición para todos los pueblos, y es el mismo Cristo que quiere humildemente ser parte también de nuestra historia, nuestro tiempo, nuestras alegrías y esperanzas.
Paz y Bien
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