Para el día de hoy (20/03/14):
Evangelio según San Lucas 16, 19-31
El contraste no puede ser mayor, y el Maestro lo utiliza como hipérbole, como medio de enseñanza, de llamada, de clamor por atención y conversión.
De un lado, un hombre inmensamente rico que viste de púrpura -símbolo de riqueza y poder- y lino finísimo, una de las telas más costosas y de uso restricto dado que es tan cara. Nada dice Jesús acerca de que este hombre es violento, es un corrupto, un explotador, un ladrón. Nada de eso, pero curiosamente no tiene nombre -aunque tradicionalmente se lo identifique como Epulón, que es una derivación del vocablo griego epulabatur, el que remite a aquél que gusta de celebrar banquetes. O sea, un banqueteador consuetudinario, de festejo diario sin pausa, todos esplendorosos banquetes.
A la puerta de su casa -que también podemos suponer, al menos, un palacete- se encuentra el último de los hombres. De manera curiosa, nuevamente, este hombre sí es identificado como Lázaro, cuya raíz aramea remite Eleazar, a Dios ayuda.
Lázaro no tiene ropajes lujosos: está revestido de llagas en todo su cuerpo. En un signo de suprema miseria, los perros lamen esas lesiones, y Lázaro ansía saciarse con las sobras que caen de la mesa del rico.
En esa época, se acostumbraba limpiarse la grasa de los dedos con trozos de pan, que luego se arrojaban como basura a los perros. Éste es el banquete que añora Lázaro, pero tampoco puede, siquiera, acceder a esas migajas, lo que delata su postración absoluta.
Llegado su tiempo, los dos mueren. Hasta en la misma muerte la brecha se amplía, pues el rico es sepultado y el pobre posiblemente sea arrojado a una fosa común.
Sin embargo, trasciende que el pobre es honrado en el seno eterno de Abraham, es decir, en la vida perenne de Dios, mientras que el rico encuentra por destino la desolación perpetua.
El rico pide la ayuda de Lázaro en carácter instrumental, como un peón. Pero la distancia entre ambos es insalvable, pues el abismo ya se ha establecido en esa puerta cerrada de la casa/corazón de Epulón.
Dicen por allí, con notable certidumbre, que para que el mal triunfe no cuenta tanto la pericia de los malos, sino que los buenos se queden de brazos cruzados. Ésa, precisamente, sea nuestra condena: las omisiones, es decir, todo el bien que podríamos haber hecho al prójimo y no lo hicimos es la carga que nos hunde en los abismos de la muerte,
En este tiempo de llamado a la conversión y al regreso a Dios -que es siempre regreso al hermano- es tiempo también de abrir los ojos y no dar la espalda a tantos Lázaros que agonizan en silencio a nuestras puertas, que son amados inmensamente por Dios, que hay mucho por obrar y nada que entregar a cómodas resignaciones, que es mucho lo que se pierde cuando no hacemos nada, aún cuando a veces hagamos cosas malas, y que la justicia comienza aquí y ahora y se extiende hacia la eternidad, porque la Salvación, que es don y misterio, no es cosa sólo del más allá sino que tiene parte de sus cimientos en el más acá, y que aún hay muchos abismos que cerrar porque no hicimos todo lo que debemos y lo que podemos hacer.
Paz y Bien
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