Para el día de hoy (06/03/14):
Evangelio según San Lucas 9, 22-25
Los rostros de los discípulos, frente al anuncio de Jesús, seguramente merecerían una instantánea que prolongara en el tiempo su expresión de aturdido asombro y estupor. Sí, estupor, ese término del cual proviene la palabra estúpido, estupidez, estupefacto. Porque firmemente les declara que Él, Maestro y Señor, ha de ser condenado a muerte, y a una muerte reservada a los marginales y a los criminales más abyectos. Y como si no fuera suficiente, en un maremágnum de sufrimientos habría de ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y por los escribas, es decir, por los que fundamentaban y eran los custodios oficiales de la fé de Israel.
Nada de ello se condecía con lo que esperaban acerca del Mesías, y ellos tambalean entre el desconcierto y una tristeza en ciernes que se les viene agigantando, ominosa y muy cercana.
Y luego, la enseñanza del Maestro -naciente desde sus mismas entrañas- se extiende desde los Doce a todos los demás, entre los que estamos todos y cada uno de nosotros: si lo vamos a seguir, si nos reconocemos como discípulos y seguidores suyos, hemos de estar dispuestos a cargar la cruz cada día. Ello implica atreverse a anonadarse, a hacerse marginal, a ponerse al hombro todas las miserias para que, al menos, la carga de un hermano sea más ligera.
Se trata de una elección libre y consciente, no de un condicional previo. Se trata de la generosidad propia de las hermanas y hermanos de ese Cristo que será humillado y derrotado, pero que refulgirá victorioso para todos en la Resurrección. Se trata de ser ramas fragantes del mismo árbol de la vida.
Se trata de abnegación.
Abnegación es la ofrenda que se hace de la propia voluntad, de todo interés personal -hasta de los propios afectos-. Abnegación es vaciarse, para que en nuestros horizontes vuelva a amanecer Dios y no las cosas y la mundanidad, y por ese horizonte recuperado se vuelve posible la fraternidad. Porque los corazones se ensanchan y amplían para que haya lugar para el hermano.
Durante demasiado tiempo nos han formado y educado para el rictus severo y amargo, el sacrificio como dolor resignado. Nada de eso: la abnegación es la posibilidad de ser verdaderamente plenos, felices, porque corazón adentro se queda lo que verdaderamente cuenta y vale la pena.
Que esta Cuaresma esté ornada de humildes flores de serena alegría y esperanza, porque a pesar de tantas cruces la Resurrección nos amanecerá.
Paz y Bien
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