Para el día de hoy (08/03/14):
Evangelio según San Lucas 5, 27-32
Compartir la mesa, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, no era un acontecimiento menor, pues tenía una gran relevancia familiar, comunitaria, social y religiosa. Las familias se sentaban a comer juntas y se acrecentaban los lazos familiares, los amigos compartían vida y amistad, y religiosamente -en especial, los rígidos fariseos- se sentaban con quienes ellos consideraban puros, iguales en la estricta obervancia de la Ley mosaica. Jamás compartirían mesa y pan con impuros, con pecadores evidentes.
En esa categoría estaban ubicados los publicanos. Recaudadores de impuestos -judíos ellos- que cobraban tributos para el opresor imperial romano, y que se valían de su posición para expoliar de manera corrupta a sus paisanos, toda vez que mediante prácticas extorsivas cobraban de más, y amasaban pingües fortunas. Por ello, por ser traidores de Israel, por contaminarse con extranjeros y por sus abusos cotidianos -especialmente con los más pobres- estaban sindicados en el mismo nicho moral en el que se ubicaba a las prostitutas. Como pecadores públicos, nadie en su sano juicio se acercaría a ellos; más bien, por repulsión y por temor todos rehuirían de su compañía, ante lo cual sólo tendrían esporádica socialización con sus pares.
Así entonces el llamado decidido y sin vacilaciones que el Maestro le hace a Leví, sentado éste en su escaso universo de la mesa de cobro de impuestos, asombra no sólo al recaudador sino a propios y ajenos. Se dirige a Leví sin ambages, prejuicios ni medias tintas y lo hace parte de su misma vida, apóstol y misionero de la mejor de las noticias que experimenta desde ese instante en su existencia. Por eso es capaz de dejarlo todo y seguirle. El encuentro con Cristo, cuando es pleno y sin reservas, transforma mentes, corazones y cuerpos, y Salvación tiene que ver mucho -muchísimo- con salud.
Y la respuesta es gratitud, alegría grande que se comparte en una mesa bien distinta. En esa mesa, por los imperativos sociales, está el Maestro comiendo con Leví y con otros que son como él, publicanos también, pecadores públicos de fama extendida.
Almas puntillosas esbozan murmullos de crítica y desaprobación, y son la queja misma del orgullo vulnerado y de la autosuficiencia que masca su enojo y su imposibilidad de reconocerse enfermos ellos, necesitados también de la salud integral que proviene del perdón.
Porque cuando descubrimos los reflejos de Leví corazón adentro de cada uno de nosotros, las ganas de agrandar la mesa no disminuyen. Estamos enfermos y quebrados, pero todo es posible por ese Cristo que pasa a nuestro lado, nos busca y nos llama.
Quiera Dios que signo de Cuaresma y conversión sea una mesa cada vez más amplia, en nosotros y en toda la Iglesia, en donde se convocan todos los que nos reconocemos falibles e impuros, pero benditos por la Gracia de Dios que es Paz, que es Bien, que es Salvación.
Paz y Bien
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