Para el día de hoy (31/07/13):
Evangelio según San Mateo 13, 44-46
(En las parábolas de Jesús encontramos dos constantes. Por un lado, les hablaba a sus oyentes a partir de las cuestiones cotidianas que estos mejor conocían, al labrador y al campesino de los sembrados, al pescador de las redes, al recaudador de impuestos de talentos y denarios.
Por otro, todas ellas propician el encuentro y refieren a un acontecer antes que a una cosa, es decir, señalan siempre el encuentro con Dios y su Reino.
El Maestro enseñaba que la eternidad se encuentra en el devenir cotidiano, y que el encuentro con Dios es mucho más que encontrar algo de mucho valor: lo que cuenta es descubrir lo absoluto y lo que ese descubrimiento provoca. A partir de allí, todo lo demás se vuelve relativo porque lo encontrado es lo que cuenta, lo primordial, lo que le dá entidad a todo lo demás y por el que vale la pena poner todo en juego para hacerse con ese valor asombroso.
Uno de los hombres de la parábola probablemente sea un peón de campo, un labrador o jornalero de campo ajeno. En su dura labor cotidiana, encuentra en el surco un tesoro de incalculable valor, de tal manera que busca el modo -hasta ímprobo- de juntar los recursos necesarios para adquirir ese terreno y hacer, de ese modo, que el tesoro sea legalmente suyo.
El otro hombre es, a diferencia del primero, un experto buscador de perlas finas, muy habituales en Oriente Medio. Seguramente es un comerciante de gran fortuna. Sin embargo, en sus quehacer comercial habitual ha encontrado una perla única, irrepetible e indescriptible aún para un hombre altamente capacitado en estas lides como él. Tal es el deslumbre que provoca esa perla única, que gustosamente vende todo lo que tiene para que esa perla sea suya. No es un hombre que anda a tientas, o acaso un hombre que se deje llevar por los fulgores del momento; es un avezado calculador, y así sabe bien que por esa perla -no una perla, es la perla- bien vale vender todo para adquirirla.
Estos dos hombres no pueden ser más distintos. Pero por caminos diversos arriban al mejor puerto, y su arribo desata, inevitablemente, la alegría, la felicidad, la plenitud, y es bueno poner todo lo mucho o lo poco que se sea y posea por alcanzar ese valor.
En Jesús de Nazareth se produce el infinito encuentro entre Dios y la humanidad, misterio asombroso de la Encarnación.
Nosotros nos encontramos con Dios en el tesoro incalculable de Jesucristo, y no hay otra consecuencia que la felicidad)
Paz y Bien