Para el día de hoy (13/06/13):
Evangelio según San Mateo 5, 20-26
(Seamos sinceros: sean cualesquiera los motivos que lo impliquen, los fariseos han tenido a través de los tiempos una espantosa fama que los precede, asociando su rótulo a los enemigos de Cristo. Si a eso añadimos cierto antisemitismo que sigue vigente, la combinación no puede ser más escabrosa.
Motivos para el prejuicio hay: muchas de las reconvenciones del Maestro se dirigen especialmente a ellos. Sin embargo, quizás el modo más acertado de reflexión es el de pensar que Jesús de Nazareth critica esas modalidades religiosas. La Salvación es don que se ofrece generosamente a todos, y notorios fariseos han integrado la comunidad cristiana: aquí no podemos dejar de mencionar a Saulo de Tarsus, San Pablo, de formación farisea y discípulo del rabbí Gamaliel.
Es que los fariseos eran una rama del judaísmo de aquella época profundamente religiosa y piadosa. En ellos no estaba ausente la oración diaria y constante, ni tampoco la asistencia estricta al culto en el Templo, como el estudio puntilloso de la Torah. Y sin lugar a dudas, su seguimiento estricto de la Ley de Moisés obedecía a una recta conciencia y a un recto proceder subjetivos.
Sus problemas estribaban en varios factores: por un lado, su literalidad en la interpretación de las Escrituras -causa habitual de cualquier fundamentalismo-, que ignora el Espíritu que las ha inspirado. Por otro lado, no había manera de que aceptaran la Buena Noticia y la Gracia; para ellos las bondades divinas eran el premio a una vida plena de ortodoxia, observancia estricta de los preceptos y actos de piedad. Esto también era causa de durísimas condiciones opresivas y asfixias legalistas, pues salían rápidas las condenas para los infractores de lo preceptuado -que era prácticamente imposible de cumplir-. Así entonces conformaban una élite de unos pocos autorreferenciados como puros y el resto, abandonado a su suerte.
Es claro que ese legalismo en la fé -en cualquier religión- no está acotado al siglo I en Palestina, sino que tiene cierto carácter perenne y llega hasta nuestros días.
En síntesis: defendían hasta el absurdo todo lo que ellos hacían por Dios como único modo de bendición e identificación de los justos.
Pero la justicia del Reino es bien distinta, totalmente opuesta: se trata, antes de lo que nosotros seamos capaces de hacer por Dios, de todo lo que Él hace por nosotros, confiriéndonos bondadosamente una nueva identidad que nos hace quebrar el cascarón de cualquier egoísmo, y es precisamente el ser sus hijas y sus hijos, hermanos entre nosotros.
Así adquieren un significado trascendente y profundo los mandamientos, no tanto como simples prohibiciones grabadas en piedra, sino como sendero nuevo tallado en los corazones.
La justicia comenzará entonces por ajustar la voluntad propia a la voluntad de Dios, que es en todos los aspectos de la existencia la vida, vida plena, vida abundante que se comparte y se ofrece incondicionalmente.
La Salvación no se gana.
La Salvación es regalo infinito que Dios nos ofrece a través de su Hijo Jesús, nuestro hermano y Señor)
Paz y Bien
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