Para el día de hoy (16/06/13):
Evangelio según San Lucas 7, 36- 8, 3
(Desde un comienzo, la cena de Simón el fariseo tiene ribetes controversiales, pues ese hombre sólo vé y actúa a través del filtro opaco de su religiosidad ideologizada.
En primer lugar, los motivos: Jesús de Nazareth se había vuelto famoso como rabbí itinerante y transgresor, escuchado con atención por multitudes hambrientas de novedades y verdad, un hombre que nada callaba a la hora de hablar de Dios. Quizás Simón quería adquirir cierta fama invitando a alguien famoso a su mesa.
En segundo lugar, por cuestiones paralelas y a partir de su misma mirada mezquina, invita a Jesús para observarlo de cerca, estudiarlo y someterlo a un análisis de su propia ortodoxia: junto a su cariz de predicador ambulante de multitudes iba aparejada también su fama de heterodoxo y blasfemo, de peligroso infractor de normas y tradiciones establecidas.
Sea cual fuere el motivo, mente cerrada -tal como su corazón- y prejuicios salen a la luz en esa cena por parte de Simón. En apariencia, el Maestro es el invitado de honor, y sin embargo es sometido -además de un puntilloso escrutinio- a sutiles insultos cuando no a francos desprecios.
Las prácticas usuales de hospitalidad judía de aquellos tiempos no se le brindan a Jesús de Nazareth, tales como lavar sus pies -los caminos palestinos eran semi desérticos y por ello muy polvorientos-, abrazar y besar en las mejillas al invitado con una Shalom de invitación fraternal y ungirlo con refrescantes perfumes, en la idea subyacente de hacerlo sentir en su propia casa. Nada de esto sucede.
Antes hablábamos de la fama precedente de Jesús de Nazareth; en la misma ciudad en donde sucede la cena que relata el Evangelio para el día de hoy, una mujer -a cada paso que dá- también anda precedida por su fama, una pátina brava de mujer pecadora, de moral más que dudosa. La gran mayoría conoce los pecados de esta mujer, y en especial Simón, el dueño de casa, que los declama abiertamente.
Ella nada dice, porque otros se encargan de hablar por ella en tren repulsivo y condenatorio. Siempre hubo expertos detectores de los pecados ajenos, en aquellos tiempos y en los actuales también.
Ella está de por sí jurídicamente un escalón por debajo de cualquiera por el simple hecho de ser mujer. A ello se le suma una vida en apariencia disipada moralmente, con lo cual todos cambian de vereda a su paso, y abiertamente la segregan.
Es el encuentro cabal y espiritualmente profundo de dos corazones. Uno, entrañablemente sagrado que a nadie rechaza. El otro, un corazón agobiado por sus miserias propias y por las miserias que se le imponen.
Esa mujer actúa como los que nada tienen que perder, y también tiene un coraje que sólo puede surgir desde un corazón que quiere una vida distinta y plena, en una ciudad que le es arisca, y que se anima a ingresar al ambiente brutalmente hostil de la casa del fariseo Simón.
Esa mujer sólo habla por sus gestos y acciones, pues otros han dicho todo lo que suponen puede decirse de ella. Así, bañada en lágrimas, unge los pies del Maestro con perfumes, con su ternura intacta, y los seca con sus cabellos, tarea menor que sólo queda permitida a los esclavos. Para colmo de males, suelta sus cabellos en presencia de los presentes, una actitud que realizan las mujeres casadas únicamente en presencia de sus maridos... o las prostitutas.
Las recriminaciones y prejuicios florecen. De la mujer mucho no dice Simón, ya está perfectamente establecida su condena; el reproche violento se dirige hacia el Maestro, por permitir acercarse y dejarse tocar de esa manera por una mujer francamente impura, una mujer que con su vida disipada carece de otro horizonte que no sea el de la condena.
Es que Simón es de los que creen que las bondades de Dios se obtienen como premio por el cumplimiento estricto de los preceptos, y así quedarán sólo unos pocos puros y salvos, y una miríada de impuros y excluidos, en el anatema de reconocer las faltas ajenas pero jamás las propias.
Pero es un tiempo nuevo y muy distinto, hasta opuesto, que revela y enseña Jesús de Nazareth. Es el tiempo de la Buena Noticia, la asombrosa Encarnación de un Dios que sale al encuentro de la humanidad en tren de abrazo y rescate incondicional. Es el Dios Abba que regala generosamente perdón y sanación más allá de cualquier mérito, es la Gracia inmensa de ese amor que renueva y restaura existencias.
Simón se niega a ello, renegado de cualquier regalo e impermeable a todo amor, y eso será causa de su des-gracia, no por condena divina, sino por negarse a vivir feliz con otros.
Esa mujer ha sido capaz de descubrir ese magnífico perdón de su Dios en Jesús de Nazareth, y lo expresa con el mejor de los perfumes, el de la gratitud.
La Salvación es don y misterio, la Gracia sobreabunda por estos arrabales oscurecidos germinando gratitud, la fuerza primera de ese amor que puede cambiar toda la tierra)
Paz y Bien
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