Evangelio según San Mateo 7, 21-29
(Esta enseñanza del Maestro sucede a inmediata continuación del Sermón del Monte, por lo que está íntimamente entrelazada con las Bienaventuranzas.
Se trata del gran problema habitual: pasar de la declamación a la proclamación de la Buena Noticia, de la palabra superficial y vaga al Verbo que habita entre nosotros y en nosotros, de una palabra que sea mucho más que pura discursividad y desemboque en la corriente de la vida cotidiana. Porque los frutos de esas palabras, y de la Palabra, son definitorios e identifican a los seguidores de Jesús de Nazareth, frutos que no se acaparan sino que se brindan de manera generosa e incondicional al hermano.
Así entonces la proclamación de la Buena Nueva jamás puede escindirse de acciones de compasión y justicia, de gestos fraternos y solidarios, de frutos mansos de liberación en el devenir de cada día.
Porque todos somos constructores muy limitados. A todos nos sobrevienen tormentas, terremotos, aludes, y esta estructura endeble que late puede venirse abajo con facilidad.
Pero la casa-existencia que, con todo y a pesar de todo, no se derrumba es la que tiene sus cimientos hundidos en la roca firme, Jesús el Cristo de Dios.
El no cita a otros autores ni comenta lo que han comentado comentaristas, en aras de ganarse simpatías.
Su Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva, y es precisamente ello lo que nos hace crecer cosas nuevas, cosas que no mueren y perduran, la eternidad entrelazada en nuestra escasa temporalidad, para no ser llevados de arrastrón por los aconteceres diarios, para volvernos trigo que deviene en pan para los hermanos)
Paz y Bien
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