Para el día de hoy (08/06/13):
Evangelio según San Lucas 2, 41-51
(José y María de Nazareth iban todos los años a Jerusalem a la fiesta de la Pascua. Mucho más allá de lo ritual, hay entre nosotros gente así de fiel, como la familia nazarena, gente que siempre está en movimiento, que no detiene su marcha jamás, gente que es signo y presencia humilde de liberación, gente que nos celebra la vida a diario, gente que de continuo nos dice que a pesar de tantas cruces hay mucha resurrección por celebrar, inagotables y mansos como el pan que se comparte, gente que no puede ni quiere cortarse sola, que comprende a la existencia solamente junto a los otros, porque somos peregrinos, y en caravana todo desierto se pasa y todo peligro se achica.
María de Nazareth es de esas gentes, tan sencillamente imprescindibles.
Madre toda ella, completamente discípula y servidora, hermana inquebrantable que vive y se desvive por los hijos que se le extravían, Madre, mater, madera de cruz, el mayor de los amores, madera que se hace servicio en las manos callosas y cálidas del Carpintero.
El Hijo lo dijo bien: felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Y María de Nazareth tiene un corazón de esos, tan límpido y transparente que toda ella es una canción al Dios magnífico que ama entrañablemente a los pobres y a los pequeños, un Dios inclinado abiertamente hacia los oprimidos, un Dios que sin disimulo se pone del lado de los cautivos, el mismo Dios que toma su pequeñez -su nada- y la transforma en infinito, en flores, en pan, en presencia perpetua de felicidad, todos frutos de la Gracia.
María de Nazareth no retrocede frente a lo que excede su razón. Todo puede crecerse en las honduras de su corazón, todo tiene un tiempo germinal, de crecimiento, tiempo frutal.
María es el ejemplo definitivo de todo lo que Dios puede hacer por nosotros, y no tanto de las barbaridades que hacemos en su nombre.
María Madre, fiel discípula, permanente compañera de todos los hijos que hizo propios al pié de esa cruz de dolores, María de la Palabra y la paciencia.
En Ella descubrimos la presencia del Hijo que se ocupa de las cosas de su Padre, la plenitud de todos nosotros. Porque donde está la Madre, seguro está el Hijo.
Por ese corazón inmaculado habitado por la Gracia, María es el rostro de un Dios que es Papá, que es Mamá, que es Hermano, que es familia)
Paz y Bien
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