Para el día de hoy (18/09/12):
Evangelio según San Lucas 7, 11-17
(La procesión lleva una pesada carga, y no es precisamente el féretro que portan.
La muerte ha mordido con fauces crueles, esa mujer ya ha perdido a su esposo y ahora, ese hijo que le daba sentido a su existencia y que era su sol también se ha ido.
Como sucede casi siempre, los ritos mortuorios están hechos para acentuar el dolor y sumergirse en un duelo insoportable.
La procesión acompaña a la viuda de Naím en su llanto pero también en su resignación y en la subordinación de sus almas ante lo inevitable, y ante la crudeza de una realidad que es difícil de aceptar y justificar.
Con toda probabilidad, hay expertos que están aguardando a que la multitud llegue para brindar palabras exactas acerca de la muerte y los fundamentos de una esperanza postrera. Ellos pueden comprender el sufrimiento de manera aproximada, pero sólo son capaces de razonar la resignación y ahondar las heridas.
Pero la compasión tiene el color del aquí y el ahora, porque las lágrimas y la derrota siempre suceden en tiempo presente.
Por calles paralelas, otra multitud también camina.
Es un famoso rabbí galileo, que ingresa a Naím acompañado de sus discípulos y de muchísimas personas. Su fama lo precede, y sin dudas los suyos están aplicados a que no pierda el tiempo, a que se vuelva eficiente en la enseñanza de ese Reino tan extraño que predica.
Y acontece lo inesperado; Él no se deja arrastrar por esa corriente que espera acciones puntuales de su parte.
Él se detiene con-movido por una compasión entrañable. Se le hace intolerable el llanto de esa mujer, y ante las miradas asombradas de todos, se acerca a ella con gestos que expresan que no se rinda, que todo no ha terminado, que no llore.
Su mano toca sin miedos el féretro, y aquí haremos un alto: las rígidas normas religiosas de la época implicaban no tocar ni a un fallecido ni a objetos que estuvieran en contacto con el mismo, bajo apercibimiento de volverse impuro y de ser reducido al ostracismo social y comunitario.
La verdad, a Jesús de Nazareth no le importa. Lo que cuenta es el dolor que agobia a esa mujer y a tantos, y por eso no vacila en tocar el ataúd.
Su palabra es fuerte, su palabra es decisiva, su palabra recrea, y el joven hijo que parecía irremisiblemente perdido en las sombras de la muerte se yergue vivo y comienza a hablar, frente a esa multitud que subrepticiamente se silencia por el estupor, el temor y el asombro.
No caeremos aquí en la trampa fácil de reivindicar acciones que sólo anestesian el sufrimiento, discursos a medida de la situación crucial de la muerte y la pérdida de alguien amado, gestos torpes que acentúan la tristeza y ensanchan el caudal de lágrimas.
Porque la compasión -com-pathos- es asumir como propio el dolor del otro.
Como discípulas y discípulos, como Cristos de nuestros días, quizás nos hemos habituado a una confortable espera, aguardando de que los doloridos de todo lugar se lleguen a nuestros sitios.
Pero el Reino de Abbá Padre de Jesús de Nazareth es movimiento, es ir, es ponerse en marcha, es animarse a desafiar confiados a esa muerte que a menudo campea en muchos sitios y de diversas maneras, y no siempre en los duelos y en camino a los cementerios.
Hay que atreverse, porque la vida prevalece y de su mano todo es posible)
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario