Para el día de hoy (04/09/12):
Evangelio según San Lucas 4, 31-37
(Jesús se ha trasladado desde su Nazareth natal hasta Cafarnaúm; en su querencia, sus paisanos han rabiado ante la novedad, han querido matarlo. Pero nada ni nadie puede detener su ministerio, así como tampoco puede frenarse el anuncio de la Buena Noticia en cualquier época y lugar.
Cafaranúm no es un lugar aleatorio: es dable suponer que Él se instala allí por la importancia de la pequeña ciudad a orillas del mar de Galilea. En ella confluían dos importantes vías terrestres, una ruta que se llegaba de Transjordania y se dirigía hacia el sur y la otra que iba hacia el norte, más precisamente hacia Egipto: a partir cruce de caminos se podía favorecer la difusión de la Buena Noticia y el encuentro con muchas gentes, con los viajeros.
Es que, a la hora de la misión, no está para nada mal utilizar toda la perspicacia y aplicar la inteligencia para buscar buenos frutos.
Las gentes se admiraban, ante todo, del modo en que hablaba Jesús. Es que los escribas y doctores de la Ley se basaban en los comentarios de los comentarios, es decir, volcaban sobre el pueblo todo un bagaje de conocimiento, exégesis y casuística fundada en diversos autores, a menudo citándolos. Así, y quizás sin advertirlo, desviaban la atención de la Palabra de Dios y la hacían prácticamente inaccesible.
Jesús es distinto, radicalmente diferente: Él no sepulta ansias y esperanzas bajo un tropel de conocimientos a menudo estériles. Las gentes perciben que Él habla y enseña con autoridad, en el sentido primordial del término, auctoritas, el que a su vez se fundamenta en el término griego augere, es decir, que hace crecer, que aumenta. Ellos intuyen -y saben por vivir- que Él les hace crecer cosas nuevas, que con Él aumenta su propia humanidad.
Algo se nos escapa, en algo nos hemos perdido: nos horroriza toda imposición en nombre de la autoridad, y en su nombre también se ha hecho y se hacen miríadas de aberraciones.
Por ello quizás al tiempo Él señalaría -desoyendo cualquier ambición y ansias de dominio- queel poder es servicio a favor de los demás.
Más aún: Él no habla de lo que otros han hablado, no comenta los comentarios de los comentarios. Él habla de lo que conoce en las profundidades de su corazón sagrado, y sabe mejor que nadie las cosas de Dios.
Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Así entonces, desde esa auctoritas o exousía que hace crecer lo nuevo, que despierta lo dormido, que hace vivir lo muerto, es que Él sana y libera. Basta su Palabra y su Presencia para que cualquier mal que oprime y hace sufrir -cualquiera fuera su intensidad- se disipe y la humanidad vuelva a florecer íntegra.
Es una cuestión de fé, fidelidad y confianza, y hay muchas almas agobiadas, vidas doblegadas que nada esperan, a las que debemos llevar sin demora la mejor de las Noticias)
Paz y Bien
Evangelio según San Lucas 4, 31-37
(Jesús se ha trasladado desde su Nazareth natal hasta Cafarnaúm; en su querencia, sus paisanos han rabiado ante la novedad, han querido matarlo. Pero nada ni nadie puede detener su ministerio, así como tampoco puede frenarse el anuncio de la Buena Noticia en cualquier época y lugar.
Cafaranúm no es un lugar aleatorio: es dable suponer que Él se instala allí por la importancia de la pequeña ciudad a orillas del mar de Galilea. En ella confluían dos importantes vías terrestres, una ruta que se llegaba de Transjordania y se dirigía hacia el sur y la otra que iba hacia el norte, más precisamente hacia Egipto: a partir cruce de caminos se podía favorecer la difusión de la Buena Noticia y el encuentro con muchas gentes, con los viajeros.
Es que, a la hora de la misión, no está para nada mal utilizar toda la perspicacia y aplicar la inteligencia para buscar buenos frutos.
Las gentes se admiraban, ante todo, del modo en que hablaba Jesús. Es que los escribas y doctores de la Ley se basaban en los comentarios de los comentarios, es decir, volcaban sobre el pueblo todo un bagaje de conocimiento, exégesis y casuística fundada en diversos autores, a menudo citándolos. Así, y quizás sin advertirlo, desviaban la atención de la Palabra de Dios y la hacían prácticamente inaccesible.
Jesús es distinto, radicalmente diferente: Él no sepulta ansias y esperanzas bajo un tropel de conocimientos a menudo estériles. Las gentes perciben que Él habla y enseña con autoridad, en el sentido primordial del término, auctoritas, el que a su vez se fundamenta en el término griego augere, es decir, que hace crecer, que aumenta. Ellos intuyen -y saben por vivir- que Él les hace crecer cosas nuevas, que con Él aumenta su propia humanidad.
Algo se nos escapa, en algo nos hemos perdido: nos horroriza toda imposición en nombre de la autoridad, y en su nombre también se ha hecho y se hacen miríadas de aberraciones.
Por ello quizás al tiempo Él señalaría -desoyendo cualquier ambición y ansias de dominio- queel poder es servicio a favor de los demás.
Más aún: Él no habla de lo que otros han hablado, no comenta los comentarios de los comentarios. Él habla de lo que conoce en las profundidades de su corazón sagrado, y sabe mejor que nadie las cosas de Dios.
Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Así entonces, desde esa auctoritas o exousía que hace crecer lo nuevo, que despierta lo dormido, que hace vivir lo muerto, es que Él sana y libera. Basta su Palabra y su Presencia para que cualquier mal que oprime y hace sufrir -cualquiera fuera su intensidad- se disipe y la humanidad vuelva a florecer íntegra.
Es una cuestión de fé, fidelidad y confianza, y hay muchas almas agobiadas, vidas doblegadas que nada esperan, a las que debemos llevar sin demora la mejor de las Noticias)
Paz y Bien
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