Para el día de hoy (09/09/12):
Evangelio según San Marcos 7, 31-37
(Los milagros son acontecimientos de fé, urdimbre santa entre Dios y el hombre, el paso salvador del Creador Eterno por nuestra historia.
En los milagros de Jesús, es necesario prestar especial atención a sus palabras y sus gestos, para no quedarnos en una limitada mirada sobre un hecho aparentemente espectacular, casi mágico.
Nos encontramos en la Decápolis -literalmente diez ciudades- zona pagana de importante influencia helenística ubicada al sudeste de Galilea. No es tierra judía, y por ello mismo es objeto de desprecio en consonancia con la mentalidad religiosa y social imperante.
Trasladando esta situación a lo concreto, es inconcebible encontrar la acción de Dios entre esas gentes...excepto en una expedición de castigo y venganza.
Aún así, la fama de sanador del Maestro trasciende las fronteras de Israel, y traen a su presencia a un sordomudo, rogándole que le imponga las manos, esas manos que confundían mágicas y milagrosas a la vez. Seguramente quieren la salud de ese hombre, pero también quieren la exhibición de ese mago nazareno.
Sin embargo, Jesús de Nazareth siempre avanza a pasos inesperados, asombrosos, y no se deja amoldar a la medida de nuestras mezquinas aspiraciones. Por eso lleva -con infinita delicadeza- a ese hombre a un sitio apartado de la multitud ansiosa de espectáculo, a un ámbito más manso y silencioso que sea propicio para el encuentro con Dios.
El hombre es sordomudo: no puede expresarse, no puede decir lo que piensa y siente, no puede dirigirse a Dios, y sólo puede hacerse entender a medias mediante algunos gestos menores. A la vez, posee oídos inútiles, estériles. Es incapaz de oír y de escuchar, y por ello mismo su capacidad de comprensión es limitada, su acceso a la verdad es mínimo. Por ello, aunque no esté limitado en sus movimientos, es un hombre preso, pues sólo la verdad nos hace libres.
El milagro comienza a acontecer cuando el Señor lo lleva consigo, distinguiéndolo de una masa de gentes que se desdibujan. No le interesa que sea pagano, no le importa que oficialmente se considere a su dolencia como consecuencia de pretéritos pecados y como impureza contaminante.
Allí hay un hijo de Dios que sufre.
El Maestro dirige sus ojos al cielo, a su Padre, y suspira. Es signo de comunión de su corazón sagrado con Aquél que está totalmente identificado, Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Pero también suspira porque, si bien ese hombre es el doliente, los sordos y los mudos están entre esa multitud expectante y por todas partes, negando la vida plena a quien no es su igual, despreciando al distinto o al ajeno, abandonando por cualquier motivo al que sufre.
En esa saliva impuesta con delicadeza ese hombre es recreado, y esta tierra andante que somos también ha de ser vuelta a moldear por las manos bondadosas de Dios. Nos hemos hecho demasiado daño, y es necesario que Él nos recupere primero la capacidad de la escucha, para poder pronunciar palabras que sean eco de la Palabra que sustenta al universo.
¡Efatá! vuelve a exclamar para que se disipe todo lo que nos separa, lo que nos encierra, lo que nos impide la comunión fraterna a partir del diálogo fecundo.
¡Efatá! con amor tenaz y persistente, para que tantos corazones cerrados vuelvan abrirse al hermano y a la vida)
Paz y Bien
1 comentarios:
Señor, abre mi mente y mi corazón para que mis labios te alaben y hable de ti a todos, gracias.
Publicar un comentario