Para el día de hoy (22/09/12):
Evangelio según San Lucas 8, 4-15
(La parábola del sembrador es, en cierto modo, bastante incómoda. Pues en el núcleo de la misma no se habla de la Gracia, del cielo, de Dios sino que Jesús de Nazareth se refiere a cosas muy temporales y seculares de una actividad que tanto Él como sus oyentes conocen bien.
Por un lado, es una clave de misión que quizás hemos dejado de lado, y es precisamente dialogar con nuestros contemporáneos en el mismo idioma y a partir de lo conocido, de lo vivido a diario.
Por otro lado, subyace el aquí y el ahora de la Salvación: la eternidad se entreteje en la cotidianeidad antes que en los templos, lo sagrado se nos crece entre las vicisitudes de cada día, en todo instante y no tanto en momentos específicos.
Además, el sembrador actúa con una confianza que desestabiliza, la misma mansa confianza que descubrimos en nuestros campesinos. El sembrador tiene oficio y saberes, pero ante todo confía en la potencia escondida de la pequeñísima semilla que vá esparciendo. Sabe de el actuar peligroso de muchas aves voraces, sabe también que hay espinas que no permiten un crecimiento alto y que hay pedregales que conspiran contra la misma vida que germina, pero aún así no se detiene.
El sembrador continúa porque, con todo y a pesar de todo, esa semilla en las entrañas de la tierra fértil rendirá frutos increíbles, asombrosos e imprevisibles.
Nuestros corazones son esa tierra fértil, tierra caminante que palpita. A pesar de tantas piedras, de las cizañas que nos suelen adjudicar y de esas aves de rapiña a las que, a veces, dejamos anidarse en nuestros sembrados, tenemos la certeza que desde la confianza, los frutos serán magníficos, aún cuando estos terrenos se nos aparezcan minúsculos.
El Reino crece aquí y ahora, el Reino florece, el Reino ahora mismo brinda frutos maravillosos con el impulso imparable de la Gracia)
Paz y Bien
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