Para el día de hoy (11/01/12):
Evangelio según San Marcos 1, 29-39
(La liturgia de estos días, a través del Evangelista Marcos nos viene presentando una secuencia que no debe ser pasada por alto; en este primer capítulo podemos contemplar al cabal e íntegro Juan el Bautista allanando y preparando el camino de Aquél que había de venir, el bautismo de Jesús, la prisión de Juan y el comienzo del ministerio del Maestro. Lo vemos enseñando en la sinagoga, en medio de un ambiente hostil y peligroso, liberando a un alienado, desafiando mansamente a los predicadores de la exclusión y la impureza inmisericorde.
En esa progresión contemplamos a continuación el paso inmediato de Jesús y sus primeros compañeros desde la sinagoga a la casa de Simón y Andrés, casa familiar de pescadores en donde no habían de faltar esposas y el bullicio de niños, casa de familia numerosa.
Esta pascua escondida no es sólo un hecho de color, o una anécdota más: es una declaración fundante por la cual el Maestro constituye la sacralidad de los espacios a partir de el corazón de las gentes, y no tanto de la construcción consagrada.
No son más santos como recintos santos la sinagoga y el templo que la comunidad familiar en donde se crece a partir del afecto y el cuidado mutuo. Allí también habita el Espíritu de Aquél que todo lo anima, allí también se crece lo sagrado en las honduras de los corazones, de tal modo que la separación taxativa entre lo sagrado y lo profano se desdibuja dejando paso a la vida nueva de la Buena Noticia.
Estaba allí la suegra de Pedro, y se encontraba postrada por la enfermedad: no es un dato menor, pues obviamente al hablar de suegra hablamos de esposa, hablamos de niños, hablamos de una familia de Simón, un pescador galileo que será Roca a partir de la cual se edificará la Iglesia y pescador de hombres.
Es claro: la señora se encontraba postrada por la fiebre, pero también por todo un sistema que la condena por mujer, por anciana y por el cruel concepto de impureza que deviene de su enfermedad. Esta derrumbada como una nadie pues no debe tocársele bajo el riesgo de impurificarse, está sumida en la resignación quizás esperando la muerte pues ese desorden instaurado y arraigado tiende a ignorarla, a ningunearla, a desviar la mirada hacia otro lado.
Sin embargo, es un tiempo nuevo, el Año de la Gracia y la Misericordia. En esa comunidad en donde se crece al cuidado del otro, hay preocupación sincera por su enfermedad, y sus amigos le transmiten sus angustias a Jesús. Él no se queda quieto, no lo detiene ningún tipo de costumbre o imposición que oprima o excluya por justificada que fuera, por ortodoxa y normal que se aparezca.
Él se acerca, se inclina, la toma de la mano y las fiebres al instante desaparecen, y es una mezquindad torpe acotarnos al mero hecho milagrero. El milagro primordial que renueva y reconstituye es la infinita ternura del Maestro que no vacila frente a nuestras miserias, que reconoce sin ambages el rostro de los dolientes, que se inclina decidido hacia el que sufre aún a riesgo de ser considerado un impuro recalcitrante y pertinaz.
Es un milagro de liberación que deviene en sanación porque el Dios de Jesús de Nazareth es Amor y Presencia.
La suegra de Pedro al momento se pone de pié y comienza a servirles; no es un hecho acotado a la presupuesta actividad femenina de ollas y cocinas, sino más bien es el servicio liberado y liberador de la diaconía, ese servicio que acontece en recintos santos, en espacios comunitarios.
Los actos de bondad, aunque sucedan en silencio y humildad, no pasan desapercibidos. Nunca son fútiles, siempre son frutales. Por ello mismo al caer la tarde -luego de las imposiciones de las leyes del Shabbat que paralizaba-, las gentes del pueblo se agolpaban frente a la puerta de la casa de los pescadores, portando a sus enfermos, sabedores de que ese rabbí galileo tenía algo más que los fabuladores ambulantes de siempre, que los traficantes de vanas esperanzas, que los mercaderes de soluciones instantáneas. Donde crece la comunidad está Jesús, y donde está Jesús hay salud y liberación.
Nosotros también descubrimos aquí mandato y misión de comunidad y servicio, y de puertas que no han de cerrarse nunca. La Buena Noticia no se encierra en favor de unos pocos, sino que debe llegar a todas partes, especialmente allí en donde sólo se sabe de malas novedades, inclinándonos con coraje y decisión hacia el que sufre exiliando sin vacilar las condenas previas del qué dirán, abriendo espacios de bondad y recintos santos de liberación y salud)
Paz y Bien
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