Para el día de hoy (14/01/12):
Evangelio según San Marcos 2, 13-17
(Los publicanos no eran tenidos en gran estima por sus paisanos: formaban parte de la estructura de recaudación de impuestos y tributos para el invasor imperial romano. Algunos autores sostienen que recaudaban gravámenes para el vasallo Herodes, aunque esto nos parece algo improbable: publicanum / publicani era una institución impositiva romana muy anterior a la dinastía herodiana.
En el caso que nos ocupa, el desprecio dedicado y efusivo de Israel para con sus publicanos era aún mayor: por un lado, el contacto permanente con extranjeros y paganos -tribunos y oficiales romanos- los volvía decididamente impuros. Por otro lado, aseguraban su subsistencia -y en algunos casos una inmensa fortuna- adicionando su comisión por sobre los espantosos tributos que exigían y que, como siempre, coaccionaban especialmente a los más pobres.
Por ello estaban excluidos de toda vida comunitaria, social y religiosa y encasillados como pecadores, es decir, en la misma estatura moral de las prostitutas. En esas cuestiones, nadie lo invitaría a cenar, nadie le dirigiría una palabra amistosa, mucho menos los reconvendría a cambiar de oficio.
Nosotros tampoco: nos resulta más fácil la crítica demoledora que la compañía que reconstruye.
Pero pasa el Maestro, y su mirada vé más allá de cualquier circunstancia por espantosa que fuera; son esos ojos compasivos que nos descubren por entre la multitud informe, y que desde nuestro presente oscuro comienza a construir un futuro luminoso y eterno en el aquí y ahora.
La figura no puede ser más sugestiva: Leví, el hijo de Alfeo, alguien concreto y real -nó una abstracción amena- estando sentado a la mesa tributaria de tantos dolores e injusticias, se pone de pié y lo sigue. Es existencia sumida en lo que perece y daña que, al paso de Jesús de Nazareth, se yergue nueva y renovada. Es éxodo del pecado y el dolor, es la Pascua del perdón y la vida reconstruida, es Resurrección, es mesa compartida para todos, es preferencia de rescate y liberación por sobre toda condena.
Es claro que esto no soltará rocíos de empatías y simpatías: antes bien, desata tormentas de escándalo, espanto y críticas despiadadas.
Ese galileo habla mucho de Dios, pero se vuelve tan deplorable como esos indeseables a los que se acerca sin vacilar.
Detrás los horrores mezquinos de ayer y hoy también, está escondida y vital la mejor de las noticias. Dios es Padre y Madre que considera a todos hijas e hijos, y busca con denuedo y sin descanso a los que se han extraviado. Nadie debe perderse.
Quiera el Espíritu que nos volvamos así de escandalosos, santamente inclusivos, devotos miserables que se saben queridos y perdonados y no se callan y buscan a otros para compartir esa alegría mayor)
Paz y Bien
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