Para el día de hoy (02/01/12):
Evangelio según San Juan 1, 19-28
(Las tenía todas a favor: hijo de sacerdote del Templo -Zacarías-, descendiente directo de Aarón por parte de su madre, situación social holgada aún cuando la casa paterna se situara en las montañas de Judá, en Ain Karem.
Sus padres y los vecinos lo sabían ya desde el seno materno: ese Juan que vendría sería importante, un hombre de Dios, un profeta para su pueblo.
En esos menesteres y con todas sus credenciales, no es aventurado pensar que su sitio se encontrara en plena Jerusalem, centrado en ese Templo inmenso alrededor del cual gravitaba toda la vida de Israel.
Sin embargo, este Juan es un hombre extraño. Reniega de toda apariencia, vistiéndose con pieles que le provee la naturaleza -mano bondadosa de la providencia-. No quiere banquetes, le basta con langostas y miel del campo.
Su voz clara se escucha al borde de un río, al costado de cualquier previsión, al margen de toda expectativa, en la otra orilla de precisas especulaciones. Por allí no hay veredas ni carreteras, quizás porque el mismo Bautista ha de preparar los caminos a Aquél que todos esperamos.
Llama a la conversión, clama por justicia y verdad, grita contra toda corrupción.
¿Cómo no escucharlo, cómo hacemos para no creerle?
Desoye cualquier reconocimiento por los otros, descree fervientemente de cualquier título, prebenda, categoría o status. Es sólo una voz, se identifica sólo desde el mensaje que transmite, pero sabemos que no es una voz más.
Es la voz que vuelve a decirnos que el Esperado, ése que nuestros corazones ansían ya está entre nosotros aunque no lo conozcamos, y que su rostro resplandece en los pequeños, en los pobres, en los samaritanos del socorro y la compasión, en la mano cordial y la escucha atenta...
En los bordes de nuestras existencias, en la orilla de la caudalosa cotidianeidad, seguimos siendo bendecidos por la presencia cabal e irrevocable de muchas mujeres y hombres que vuelven a encendernos la mirada para que nos hagamos nuevamente camino, para que no nos quedemos estancados en esas costumbres estériles que solemos torpemente santificar, Juanes luminosos en su integridad que se reconocen sólo voces, ecos magníficos de Aquél que es Palabra para nuestra Salvación)
Paz y Bien
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