Para el día de hoy (21/10/17):
Evangelio según San Lucas 12, 8-12
Los sofismas y las falacias están arraigadas de un modo tan firme en las culturas y costumbres de este mundo globalizado, que suelen tomarse por normales, y nos acostumbramos a ellas.
Así queda en evidencia una patología espiritual, y que es el escaso valor que se otorga a la palabra.
Porque en gran medida somos nuestras palabras, lo que decimos y lo que callamos, la palabra que se empeña, las palabras vanas -flatus vocis establecen los filósofos-, veleidades sin raíz que no son portadoras de verdades. Tal vez para nuestros mayores era una cuestión natural o habitual aferrarse a la palabra dada sin importar las consecuencias posteriores.
Más finalmente, no es errado señalar que en cada palabra pronunciada u omitida, en lo que decimos y en lo que escribimos nos jugamos la vida.
El Cristo de nuestra Salvación es Verbo Divino entre nosotros, Palabra encarnada en la afirmación absoluta del amor de Dios que se hace tiempo, historia, vecino, uno más entre todos en nuestros arrabales existenciales. Un Dios pariente que es saludo y alegría, presencia perpetua, fidelidad eterna, un Niño pequeño que busca frágil el cobijo de nuestros brazos.
A este Cristo, hermano y Señor, se lo confiesa abiertamente y sin ambages. No son propias del Evangelio las medias tintas, las neutralidades, los afectos rituales de domingo que se disuelven los lunes. Máxime, cuando los días se ponen bravos, difíciles, cuando arrecian los problemas en los que nos atascamos o el dolor que se nos infringe, o peor aún, cuando por esa confesión comienzan las violencias y persecuciones.
Confesión que remite nuevamente al valor de la palabra que se expresa con la voz y, muy especialmente, con cada acto y gesto de vida en la que germina y crece el Evangelio.
En términos más sencillos y que nos comprometen sin menoscabo: somos lo que somos y del modo que somos por Cristo y para Cristo.
Planes, formación y estudios son muy importantes. Pero la piedra basal es la fé, la confianza en la persona del Resucitado, y en el Espíritu que nos hace decir la verdad, aún cuando todo parezca acallarnos, en afán de olvido o de más de lo mismo.
Confiar, siempre confiar sin desfallecer, sin miedo, sin resignarse, sin bajar los brazos.
Que la Virgen le hable al Hijo de todos y cada uno de nosotros, y que en su infinita fidelidad de Madre y amiga, volvamos a descubrirnos hijos amados, reconocidos ante Dios como parte de su corazón sagrado y familia creciente.
Paz y Bien
Así queda en evidencia una patología espiritual, y que es el escaso valor que se otorga a la palabra.
Porque en gran medida somos nuestras palabras, lo que decimos y lo que callamos, la palabra que se empeña, las palabras vanas -flatus vocis establecen los filósofos-, veleidades sin raíz que no son portadoras de verdades. Tal vez para nuestros mayores era una cuestión natural o habitual aferrarse a la palabra dada sin importar las consecuencias posteriores.
Más finalmente, no es errado señalar que en cada palabra pronunciada u omitida, en lo que decimos y en lo que escribimos nos jugamos la vida.
El Cristo de nuestra Salvación es Verbo Divino entre nosotros, Palabra encarnada en la afirmación absoluta del amor de Dios que se hace tiempo, historia, vecino, uno más entre todos en nuestros arrabales existenciales. Un Dios pariente que es saludo y alegría, presencia perpetua, fidelidad eterna, un Niño pequeño que busca frágil el cobijo de nuestros brazos.
A este Cristo, hermano y Señor, se lo confiesa abiertamente y sin ambages. No son propias del Evangelio las medias tintas, las neutralidades, los afectos rituales de domingo que se disuelven los lunes. Máxime, cuando los días se ponen bravos, difíciles, cuando arrecian los problemas en los que nos atascamos o el dolor que se nos infringe, o peor aún, cuando por esa confesión comienzan las violencias y persecuciones.
Confesión que remite nuevamente al valor de la palabra que se expresa con la voz y, muy especialmente, con cada acto y gesto de vida en la que germina y crece el Evangelio.
En términos más sencillos y que nos comprometen sin menoscabo: somos lo que somos y del modo que somos por Cristo y para Cristo.
Planes, formación y estudios son muy importantes. Pero la piedra basal es la fé, la confianza en la persona del Resucitado, y en el Espíritu que nos hace decir la verdad, aún cuando todo parezca acallarnos, en afán de olvido o de más de lo mismo.
Confiar, siempre confiar sin desfallecer, sin miedo, sin resignarse, sin bajar los brazos.
Que la Virgen le hable al Hijo de todos y cada uno de nosotros, y que en su infinita fidelidad de Madre y amiga, volvamos a descubrirnos hijos amados, reconocidos ante Dios como parte de su corazón sagrado y familia creciente.
Paz y Bien
2 comentarios:
Paz y Bien para nuestra Patria! y una oración para Santiago Maldonado, que descanse en Paz, y Misericordia, Consuelo y Paz para su Familia!
Paz y amor espiritual para nuestro México, q la fe renazca en cada uno de los q vivimos en este hermoso país. Este terremoto nos permita ver todo el bien q podemos hacer a nuestros hermanos en desgracia. Amén
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