Discípulos y labriegos










San Francisco de Asís

Para el día de hoy (04/10/17) 

Evangelio según San Lucas 9, 57-62





Jesús se encuentra transitando -la liturgia del día de ayer nos lo señalaba con claridad- Samaria, en camino hacia Jerusalem, peregrino hacia la cruz y hacia la Pascua, caminante obstinado de la Resurrección.
Ha sido rechazado en un poblado de la zona, y ello mismo despertó las furias de los discípulos, tan errados como los samaritanos respecto de su misión y de su condición mesiánica; a pesar de ello, no es aventurado pensar que realiza el convite a seguirle a esos samaritanos despreciados y siempre sospechosos, porque el Reino no se caracteriza por exclusividades y particularismos.
Precisamente, su tenor incondicionalmente universal desestabiliza corazones acartonados y desarma fraternalmente las armazones de exclusividad, en la asombrosa sinfonía de la Gracia.

A simple vista, las exigencias de este Cristo se nos vuelven durísimas, y ese rigor que sobrevuela, aparentemente, choca contradictoriamente con la universalidad proclamada. Parecería que, a causa de lo taxativo de lo que se requiere, los discípulos han de ser bien pocos.

Eso es un error, y un error grosero.

Se trata de darse/darnos cuenta de la raíz y razón primera, y es el Reino como valor absoluto de la existencia, frente al cual inclusive lo más valioso queda en un segundo plano, y adquiere un sentido nuevo.
Se trata de mirar con nuevos ojos.
Se trata de atreverse a vivir el presente en plenitud, sin atarse al pasado y a lo viejo, a lo que perece, a lo que está muerto.
Se trata de asumirse como caminantes, en el coraje dado de no afincarse en ningún sitio y más aún, no atarse a las cosas.
Se trata de correr riesgos, de hacerse marginal con el hermano caído a la vera del camino, descartado de la existencia. Y de confiar. Confiar sin desmayos, confiar porque la mano providente de Dios no nos abandona jamás.
Se trata de edificar futuro fermentando la masa informe de un presente desabrido.

Los discípulos, mujeres y hombres de fé llamados por Cristo en su amor infinito, no se resignan jamás, no bajan los brazos, no viven mirando hacia un pasado gravoso que por tal sólo es recuerdo.

Los discípulos son labriegos que abren surcos para que la semilla de la vida plena germine y crezca frondosa, para albergar a tanto pájaro perdido, casa común, mesa grande de la Salvación.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...

Gracias, un gran saludo.

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