Nuestra Señora del Rosario
Para el día de hoy (07/10/17):
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
Suele suceder como en el ejemplo de Marta de Betania: la vorágine cotidiana, las múltiples ocupaciones, los devaneos de las batallas perdidas contra el propio ego, hacen que nos descentremos, y así dispersos perdamos de vista lo verdaderamente importante, lo que permanece y no perece.
El Santo Rosario, con su humilde cadencia nos restituye el andar hacia el centro valioso de la existencia, misterio cordial de una Palabra que se escucha, se reflexiona y se reza.
Salterio de los pobres al que los pequeños se aferran con tenaz esperanza, y que se corresponde con ese aferrarse a la memoria materna aún siendo viejos, porque desde la Madre nos reencontramos con el niño primordial que anida en nuestro corazón, que nos hace entrar al Reino, que nos recupera con asombrosa bondad de las heridas que la cotidianeidad nos impone, y que a menudo aceptamos con resignación.
En las pequeñas cuentas que se desgranan paso a paso por nuestras manos, se deshacen viejos odios y nuevas cadenas, y se produce el reencuentro con los misterios de la Salvación, la alegría insondable de Cristo encarnado, de Dios con nosotros, los dolores de la Pasión que no disminuyen la infinita intensidad de la vida ofrecida en clave de amor mayor, la certeza de que la muerte no tiene la última palabra sino el Resucitado, la luz que prevalece por sobre cualquier sombra.
Tan necesario e imprescindible como el respirar, el Santo Rosario es un grato pronunciar eternas palabras de ternura a una Madre que permanece de pié ante todas nuestras cruces, que jamás nos abandona -rostro materno de Dios-.
Pero ante todo, el Santo Rosario es una divina ofrenda que se nos ofrece a todos y cada uno de nosotros para volver a descubrir la mirada de María de Nazareth en nuestras pobres e ínfimas y existencias, para recordar que donde está la Madre, está el Hijo.
Paz y Bien
El Santo Rosario, con su humilde cadencia nos restituye el andar hacia el centro valioso de la existencia, misterio cordial de una Palabra que se escucha, se reflexiona y se reza.
Salterio de los pobres al que los pequeños se aferran con tenaz esperanza, y que se corresponde con ese aferrarse a la memoria materna aún siendo viejos, porque desde la Madre nos reencontramos con el niño primordial que anida en nuestro corazón, que nos hace entrar al Reino, que nos recupera con asombrosa bondad de las heridas que la cotidianeidad nos impone, y que a menudo aceptamos con resignación.
En las pequeñas cuentas que se desgranan paso a paso por nuestras manos, se deshacen viejos odios y nuevas cadenas, y se produce el reencuentro con los misterios de la Salvación, la alegría insondable de Cristo encarnado, de Dios con nosotros, los dolores de la Pasión que no disminuyen la infinita intensidad de la vida ofrecida en clave de amor mayor, la certeza de que la muerte no tiene la última palabra sino el Resucitado, la luz que prevalece por sobre cualquier sombra.
Tan necesario e imprescindible como el respirar, el Santo Rosario es un grato pronunciar eternas palabras de ternura a una Madre que permanece de pié ante todas nuestras cruces, que jamás nos abandona -rostro materno de Dios-.
Pero ante todo, el Santo Rosario es una divina ofrenda que se nos ofrece a todos y cada uno de nosotros para volver a descubrir la mirada de María de Nazareth en nuestras pobres e ínfimas y existencias, para recordar que donde está la Madre, está el Hijo.
Paz y Bien
1 comentarios:
Qué bello lo has descrito Ricardo!
Y sí! El Rosario es una oración que esta escondida para los sabios y entendidos. Una oración en la que sólo entra el que se hace pequeño en los brazos de María, por ser igual que ella: humilde y sencilla.
Gracias. Abrazo fraterno
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