Para el día de hoy (16/10/17)
Evangelio según San Lucas 11, 29-32
A una distancia de muchos siglos y diferentes culturas, los signos pueden no tener la misma importancia y contundencia para nosotros que para los oyentes de Jesús de Nazareth durante su ministerio; ello no implica que de ese modo su enseñanza sea para nosotros cosa abstracta. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva, presente perpetuo y eterno para todas las generaciones.
Aún así, es menester indagar acerca de la historia del profeta Jonás y de su importancia para el pueblo judío.
Jonás, al igual que Jesús de Nazareth, era galileo, de Gat-hefer -2R 14, 25-. De entre todos los profetas de Israel, es el único enviado al extranjero, a una nación gentil o pagana, y más precisamente a Nínive, capital del imperio asirio, enemigos enconados de Israel que en numerosas ocasiones habían invadido y sojuzgado la Tierra Prometida. De ese modo, un odio mutuo y profuso enardecía a las dos naciones, y es una cuestión que se magnifica con los criterios de propios y ajenos surgidos en la tradición judía.
Pero Jonás -cuyo nombre en hebreo, curiosamente significa paloma- es enviado a predicar al corazón del enemigo, a la misma Nínive el arrepentimiento, la conversión. Él quiere renegar de ese envío, toda vez que como hijo de su pueblo y de su historia preferiría aplastar al enemigo antes que invitarlos a cambiar, a convertirse bajo el apercibimiento del perecer, y ese perecer no se trata de un castigo divino sino más bien de las consecuencias directas de sus actos.
Y la imponente Nínive, tan grande, majestuosa y populosa se convierte frente a la predicación del profeta judío, porque oyen y escuchan y son capaces de mirarse corazón adentro.
En Jonás también acontece una durísima lucha interior, pues aunque lo ofende el contenido y el destinatario del mensaje que ha de entregar, no puede dejar de escuchar la voz de su Dios que lo convoca, y antes que los ninivitas es Jonás quien se convierte.
Su conversión es un proceso tan profundo y ejemplar que el libro sagrado que relata su conflicto y su bendición es la base primordial utilizada para celebrar Yom Kippur, el Día del Perdón, fiesta clave para nuestros hermanos mayores.
La fuga en una frágil barca preanuncia al Cristo que un día dominará todas las tempestades para los suyos. Los tres días en el vientre de la ballena preanuncian también el cobijo de una tumba que devendrá inútil, signo de Resurreción, señal de que ni la tierra ni nada ha de esconder la muerte, ni que los homicidios de los inocentes permanecerán en silencio y olvido.
En Cristo hay algo más que Jonás, claro que sí. Él no se rebela, más bien se revela universal, mensajero de paz y perdón a todas las naciones, salvación para toda la humanidad.
Y en esta Cuaresma que es una bendición, el mensaje sigue siendo convertirse a la vida que prevalece o perecer en nuestras miserias, en lo que no late, volver a escuchar con atención y regresar a Dios.
Paz y Bien
Aún así, es menester indagar acerca de la historia del profeta Jonás y de su importancia para el pueblo judío.
Jonás, al igual que Jesús de Nazareth, era galileo, de Gat-hefer -2R 14, 25-. De entre todos los profetas de Israel, es el único enviado al extranjero, a una nación gentil o pagana, y más precisamente a Nínive, capital del imperio asirio, enemigos enconados de Israel que en numerosas ocasiones habían invadido y sojuzgado la Tierra Prometida. De ese modo, un odio mutuo y profuso enardecía a las dos naciones, y es una cuestión que se magnifica con los criterios de propios y ajenos surgidos en la tradición judía.
Pero Jonás -cuyo nombre en hebreo, curiosamente significa paloma- es enviado a predicar al corazón del enemigo, a la misma Nínive el arrepentimiento, la conversión. Él quiere renegar de ese envío, toda vez que como hijo de su pueblo y de su historia preferiría aplastar al enemigo antes que invitarlos a cambiar, a convertirse bajo el apercibimiento del perecer, y ese perecer no se trata de un castigo divino sino más bien de las consecuencias directas de sus actos.
Y la imponente Nínive, tan grande, majestuosa y populosa se convierte frente a la predicación del profeta judío, porque oyen y escuchan y son capaces de mirarse corazón adentro.
En Jonás también acontece una durísima lucha interior, pues aunque lo ofende el contenido y el destinatario del mensaje que ha de entregar, no puede dejar de escuchar la voz de su Dios que lo convoca, y antes que los ninivitas es Jonás quien se convierte.
Su conversión es un proceso tan profundo y ejemplar que el libro sagrado que relata su conflicto y su bendición es la base primordial utilizada para celebrar Yom Kippur, el Día del Perdón, fiesta clave para nuestros hermanos mayores.
La fuga en una frágil barca preanuncia al Cristo que un día dominará todas las tempestades para los suyos. Los tres días en el vientre de la ballena preanuncian también el cobijo de una tumba que devendrá inútil, signo de Resurreción, señal de que ni la tierra ni nada ha de esconder la muerte, ni que los homicidios de los inocentes permanecerán en silencio y olvido.
En Cristo hay algo más que Jonás, claro que sí. Él no se rebela, más bien se revela universal, mensajero de paz y perdón a todas las naciones, salvación para toda la humanidad.
Y en esta Cuaresma que es una bendición, el mensaje sigue siendo convertirse a la vida que prevalece o perecer en nuestras miserias, en lo que no late, volver a escuchar con atención y regresar a Dios.
Paz y Bien
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