Domingo 28° durante el año
Para el día de hoy (15/10/17)
Evangelio según San Mateo 22, 1-14
La lectura que la liturgia para el día de hoy nos ofrenda posee dos aspectos muy importantes.
Como si fuera un acorde colorido en una maravillosa sinfonía, nos descubrimos asombrosamente invitados por Dios con invitaciones personales, intransferibles -con nuestros nombres y apellidos- a la su gran celebración, al ágape, a la fiesta de la existencia en donde todos tienen sitial, en donde se celebra la vida, la paz, la justicia, el amor.
El signo es inequívoco: hemos sido soñados y convidados a perpetuidad para la alegría y la felicidad, con todo y a pesar de todo y de todos. Y aunque sepamos que somos pequeños y mínimos, Alguien nos espera aún cuando estemos a la deriva, extraviados por senderos confusos, en junglas de tristeza y de preocupaciones fútiles. Y se nos espera no por los méritos acumulados sino por el afecto entrañable de quien nos viene invitando desde siempre.
La otra cuestión fundante es la universalidad de esa invitación, y ello compromete. La invitación también es misión que moviliza, una Iglesia con vocación galilea y samaritana, desde las periferias de todas las existencias, los márgenes siempre sospechosos en donde nada bueno pasa ni se espera. Allí, en las encrucijadas de la existencia, agonizan los dolientes, los olvidados, los descartados, y languidecen con monótona rutina sin cambios buenos y malos, justos y pecadores, creyentes e incrédulos.
Precisamente, para el Dios de Jesús de Nazareth es allí en donde el envío de esas invitaciones tan personales ha de tener prioridad, y así la misión, la Evangelización, es misión de rescate y esperanza.
Pero también hemos de prestar atención a un distingo crucial, y es que esos invitados -todos nosotros- no han de ser espectadores pasivos, marionetas semicreyentes que dejan que todo suceda ante su mirada a veces atónita. El convite implica un compromiso desde el mismo momento en que puede aceptarse, rechazarse o ignorarse, y ello tiene sus consecuencias.
Porque no hay que desperdiciar esto que se nos ha concedido en cordial comodato y que llamamos existencia, y todas las sinrazones y desprecios conducen al menoscabo y a los horrores.
Es menester, quizás, volver a revestir el corazón de manera adecuada, para que la existencia vuelva a ser motivo de celebración antes que un mero acontecimiento biológico o social. Porque somos tierra fértil fecundada por el Espíritu de Aquél que jamás dejará de buscarnos.
Paz y Bien
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