Para el día de hoy (19/08/16):
Evangelio según San Mateo 22, 34-40
Los Evangelios fueron escritos en idioma griego, más cercano al griego del Ática que al actual, y en ese idioma hay varios términos que expresan el amor, ágape, filia y eros.
Ágape es el amor absoluto e incondicional de Dios, un amor de donación sin restricciones. Ágape es el modo en que Dios nos ama.
Filia refiere al amor que se define por los afectos, por las inclinaciones. El amor del querer.
Eros es el amor vinculado a la sexualidad, que habitualmente se lo menoscaba limitándolo a cierta genitalidad. Eros es el amor que se expresa principalmente con el cuerpo, el amor de las pasiones.
En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, debido -en parte- a ciertos fundamentalismo que se aferraba a la literalidad y a los prejuicios, había varias casuísticas encontradas, toda vez que la ley mosaica establecía 613 preceptos legales o mitzvot, 248 de carácter positivo que simbolizaban los huesos del cuerpo humano y 365 de carácter prohibitivo que, a su vez, simbolizaban los días del año. Ello no es un dato menor y es importantísimo, la ley de Dios que ilumina todos los órdenes de la existencia.
El problema estribaba en que desde ese criterio de don divino se había transformado en un reglamento estricto e intolerable para la mayoría del pueblo.
En ese orden de ideas, no es difícil suponer los esfuerzos de los eruditos / doctores de la Ley, para determinar, por entre esos 613 preceptos, cual era el mayor. Pero esa discusión quedaba en un plano intelectual, tal vez desdeñando su fundamento cordial, espiritual, el Dios que le confería sentido y trascendencia.
Así se acercan ciertos doctores de la Ley sin ansias de verdad ni de conocimiento, sólo buscando que el Maestro se equivoque en sus conclusiones, en parte para desacreditarlo frente al pueblo -la manipulación de la opinión pública no es nada nuevo- y, además, procurar expresiones erróneas en el orden religioso que impliquen una condena.
Volvamos a los postulados iniciales.
El Maestro confiere pleno sentido a la Ley, y por ello enseña que ante todo se debe amar a Dios con todo el corazón, con todo el espíritu, con todo el alma, y en la cultura de aquel tiempo corazón remitía al núcleo de la existencia, a lo que viene del centro mismo de la vida. Precisamente es el amor ágape, el amor sin restricciones ni menoscabos, el amor que es mucho más que un querer acotado a los vaivenes de los estados de ánimo, el amor que transforma, que se deja transformar por la inmensidad de Dios.
En un plano humano, corresponde filia o eros, y está muy bien, afectos y pasiones que pueden sublimarse al reconocimiento del otro, a la generación de la vida nueva. Pero hay más, siempre hay más.
El mandato es ágape, amar con el cuerpo, con la razón, con toda la existencia a ese Dios que sale de sí mismo a nuestro encuentro, que nunca descansa, que nada se reserva, que nos ama con todo y a pesar de todo. Por el amor de ese Dios que es Padre y que nos ha amado primero, se inaugura otra perspectiva inseparable, indisoluble del amor a Dios, el amor al prójimo en donde resplandece el rostro eterno de Dios, brazos de una cruz que mira al cielo pero que se expande hacia los lados, al otro que reconozco como mi hermano.
Paz y Bien
2 comentarios:
Gracias,toda la existencia a ese Dios que sale de sí mismo a nuestro encuentro, que nunca descansa, muchas, gracias, un saludo en nombre de Jesús el Señor.
¡qué hermoso y desprendido es el amor de ágape! A él tendemos y aspiramos, deseamos vivirlo desde el Corazón de Cristo mismo. Un saludo fraterno. Dios te guarde.
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