Para el día de hoy (13/08/16):
Evangelio según San Mateo 19, 13-15
Habituados a contemplar a las multitudes que llevan a la presencia de Jesús de Nazareth a sus enfermos y dolientes para que los sane, sorprende un poco que el Evangelista haga mención a que unas madres, en esta ocasión, lleven a la presencia del Maestro a sus niños para que Él les imponga las manos y rece sobre ellos, es decir, confían en que por Él llegará a sus hijos la bendición de Dios, fuerza, gracia, protección y buena ventura.
Los discípulos se enojan y reprenden ese pedido, y a los niños que se acercan al Señor. No son ajenos a la mentalidad de la época que infería que un niño no era un ser humano completo, como tampoco carecía de dignidad la mujer: sólo el varón adulto era digno de la Ley, y por ello, de presentarse orgulloso ante Dios. Tal vez, quizás, porque como todo niño pequeño provocaban alegre bulla y ellos, tan circunspectos, se escandalizaban que un clima así invadiera la solemnidad del magisterio del Señor.
En ese mismo criterio, los niños no tenían otro derecho que aquél que provenía de su padre, ninguno propio.
Pero el Maestro, desde siempre, reivindicó los derechos de las mujeres, tratándolas como hermanas e hijas, con plena atención y delicadeza, aún cuando nadie las tomara demasiado en cuenta. Con los niños también.
De ninguna manera iba a aceptar que se menoscabara la dignidad de los pequeños, tan hijos de Dios como el que más.
Pero hay más, siempre hay más.
Tal vez los niños deban aprender muchas cosas, crecer, desarrollarse como hombres y mujeres, pero sin lugar a dudas comprenden y viven mejor que muchos la realidad del Reino, la presencia bondadosa de un Dios que es Padre. Ellos pueden disfrutar sin escándalos ni complejidades abstractas el misterio infinito y amoroso de Dios Abbá.
El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios parcial que tiene preferidos, que no es neutral, que inclina su rostro abiertamente a los niños y a los que son como ellos, los pequeños, los que no han perdido su capacidad de asombro, los que se regocijan con ganas frente a la llegada de los regalos -la Gracia-, los que confían sin quebrantos en ese Padre que los ama y no los abandona.
Paz y Bien
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