Para el día de hoy (16/04/15):
Evangelio según San Juan 3, 31-36
Cristo, el que era, el que es, el que será por siempre es Aquél que viene de lo alto, quien está por sobre todos. En Jesús de Nazareth Dios se manifiesta en toda su plenitud pues su identidad con el Padre es absoluta. Dios es Jesús y Jesús es Dios.
Por los parámetros limitados de nuestra razón, adjudicamos características físicas o gemométricas a las cosas divinas, es decir, lo alto, lo bajo. Es natural que así sea, y más aún, puede resultar un auxilio al tiempo de sumergirnos en honduras espirituales: la contemplación del cielo es una muestra cabal de ello.
Pero este Cristo nos sorprende con la ilògica del Reino. Viniendo de esas alturas se hace demoladoramente bajo, Dios que se abaja. Siembra eternidad en el vino nuevo de las bodas, en la multitud saciada, en los enfermos sanados, sentándose a la mesa con los descartados de toda laya, servidor como un esclavo, manso y paciente, que muere como un criminal en la cruz para que nadie más muera, para que no haya más crucificados.
Esa humanidad extrema de Cristo es el compromiso inclaudicable del amor de Dios para con toda la humanidad.
Como discípulos y seguidores del Maestro, del Resucitado que está a la derecha del Padre y vivo y presente entre nosotros, nuestro testimonio es una declaración de eternidad todos los días, a cada instante, en cada palabra y en cada silencio, en cada gesto y cada acción, obreros de la compasión y la misericordia.
Porque la Salvación, la eternidad, comienza aquí y ahora.
Paz y Bien
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