Hay cosas que no pueden ocultarse ni comprarse



Para el día de hoy (06/04/15):  

Evangelio según San Mateo 28, 8-15



Dos grupos de mensajeros parten presurosos de la tumba abierta y vacía. Sus motivos son muy distintos.
Las mujeres, luego de la presencia del Mensajero -voz de Dios-, se van con alas en los pies, con cierto temor por la incertidumbre por no saber cabalmente lo que sucede: aún así, en sus corazones palpita en ciernes una intuición y un deseo que escapa a sus razones.
Ellas han caminado con el Maestro, han sostenido su ministerio, son discípulas como el que más. A la hora terrible de la Pasión, permanecieron de pié cuando los hombres se habían dispersado, y al alba se encaminaron al sepulcro, mientras los otros se ocultan de puro miedo y desazón.

El encuentro con el Resucitado les barre todo temor, les restituye la alegría, les otorga nuevamente un sentido que había perecido entre tormentas de tristeza. El encuentro personal con el Resucitado siempre impulsa a la misión, porque esa plenitud que germina no es cosa individual, es un extraño tesoro que se multiplica al infinito cuando se comparte sin medidas con los demás.
Por ello, con  las mismas prisas pero con un sentido claro, ellas se encaminan hacia donde están Pedro y los otros, evangelizadoras de los apóstoles, testigos fieles del Resucitado.

Pero allí, a las puertas de esa tumba ahora inútil, hay un grupo de soldados dispuestos como custodia que se han dormido en el momento primordial. Hay que estar siempre vigilante hacia lo importante. Seguramente temen alguna represalia por el deber incumplido, y por ello van a hablar con los Sumos sacerdotes, cuando correspondería notificar al superior militar.
No iban a encontrar nada nuevo en el Sanedrín. Allí bullía todavía el celo por borrar de la faz de la tierra al rabbí de Nazareth, y el esfuerzo por arrancar de la memoria del pueblo su enseñanza, su ministerio. Por ello mismo es que tercia la cuestión el dinero y su poder corruptor. El soborno -casi obligatorio- tiene la función de sostener una mentira y establecer una turbia certeza sin cimientos, tal como sucede con todo acto de corrupción a través de los tiempos. Y ya estamos grandes como para seguir negando que la corrupción está íntimamente vinculada a la muerte.

Pero hay cosas que no pueden ocultarse. La verdad siempre sale a la luz, y quizás las ciencias tengan una mirada limitada, y está bien: la fé es un acontecer cordial, interior, que no puede mensurarse.
Pero también hay corazones que no pueden comprarse. Hay gentes que no se venden, ni venden su alma, y se mantienen firmes en la verdad que las sustenta, como esas mujeres testigos del Resucitado, flores magníficas de la Iglesia que debemos recordar siempre con gratitud, y a todas aquellas que aquí y ahora persisten en anunciar con todas sus existencia a ese Cristo vivo y presente que es nuestra alegría y nuestra esperanza.

Paz y Bien

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