Domingo tercero de Pascua
Para el día de hoy (19/04/15):
Evangelio según San Lucas 24, 35-48
En ese grupo de hombres se entrecruzaban emociones bravas. La tristeza y la decepción por el fracaso aparente de la muerte del Maestro junto con el miedo los paralizan, aterrados por las posibles represalias de aquellos que dispusieron toda su enjundia para acallar al rabbí galileo.
Ese miedo es peligroso, no sólo porque congela corazones: ese miedo los hace replegarse sobre sí mismos, edificando muros alrededor, ghettos espirituales de los que es muy difícil escapar pues son elegidos, que no impuestos.
Pero Cristo siempre irrumpe mansamente a través de esas puertas y esas ventanas cerradas a cal y canto, tan herméticas que aparece como imposible su apertura. Allí donde hasta hace un momento había un grupo de hombres amedrentados y apagados en su confianza y su fé, la presencia del Resucitado vuelve a encenderles la esperanza, a palpitar los corazones, a avivar el rescoldo oculto de la alegría.
Los discípulos no salen de su asombro. Allí está Él nuevamente, con un saludo de paz que los restablece de todas las penas. Sin embargo, deben aún realizar su éxodo liberador de esquemas y miserias: las cosas ya no serán como antes, cuando recorrían con el Maestro los caminos en su ministerio, ni tampoco ese Cristo es la conclusión de un cúmulo de ideas, un fantasma a sus razones limitadas.
Allí están sus credenciales que lo identifican, los estigmas en las manos y en los pies, la herida en su costado, que son signos del amor definitivo, de un compromiso inquebrantable de Dios para con toda la humanidad.
Donde sólo se veían señales de horror y muerte, ahora hay signos de vida que prevalece por sobre todas las muertes. Porque allí en donde parece campear el espanto y la destrucción, Dios nos florece en liberación, en vida tenaz, en Resurrección.
Por esas señales que han cambiado para siempre, la existencia también se transforma y deviene en convite inmerecido, compromiso misionero de sembrar signos nuevos de vida y liberación en nombre del Resucitado, nutridos sin desmayos por el Pan y la Palabra compartidos, porque hay una mesa inmensa tendida para todos, porque la vida ha celebrarse como don y misterio compartidos en el ágape se la Salvación.
Paz y Bien
1 comentarios:
La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre”, Gracias.
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