Jueves Santo
Para el día de hoy (02/04/15):
Evangelio según San Juan 13, 1-15
Los ánimos en ese momento estaban muy cargados. Es una mesa familiar, de esos vínculos que sólo puede establecer la amistad, pero también es una cena de despedida. Jesús de Nazareth es un hombre que tiene plena conciencia de que está a punto de morir como un delincuente abyecto, como un maldito, como un marginal, traicionado por alguien cercano a su corazón, negado ferozmente por otro, abandonado por casi todos. Aún así, no escapa ni rehuye a ese destino que ha asumido en plena libertad, y que no es fortuito, no es voluntad morbosa de un dios cruel ni lo deciden quienes le odian, sino que es la consecuencia de su total fidelidad y obediencia a su Padre.
Profunda ilógica. Cosas muy extrañas acontecen en este tiempo que Cristo ha inaugurado.
Esta Cena que denominamos Última por su carácter de despedida afectuosa, en realidad es la primera de muchas que, haciendo memorial del amor de Dios, congregará a los hermanos junto al pan y al vino eternos, vidas concelebradas.
Es también despedida de Aquél que se vá a los brazos del Padre para quedarse de manera definitiva entre sus hermanos y amigos, todos nosotros.
En esa misma extrañeza, el Maestro no instituye una liturgia nueva, o un culto modificado por la cercanía del Seder Pesaj. De ser así, lo hubiera realizado antes de comenzar a comer. De querer enfatizar la despedida con carácter solemne, lo hubiera realizado al finalizar.
Tampoco se trata de una ablución ritual de purificación.
El Maestro, en medio de la comida, se quita el manto, se enrolla una toalla a la cintura y lava los pies de los discípulos.
Los símbolos son tremendos. En la Palestina del siglo I, quitarse el manto -la prenda de vestir principal- es quedar casi desnudo, desprotegido, a la intemperie.
Y lavar los pies a los recién llegados del camino es una tarea propia de los esclavos, o tal vez de las mujeres, tarea natural que ni se paga ni se agradece. Trabajo de esclavos, trabajo silencioso que nada espera a cambio.
Un Cristo servidor, un Dios que se anonada y humildemente se hace esclavo no es fácil de aceptar. Pedro se rebela porque no lo tolera, y porque, quizás como también nosotros, espera un Mesías poderoso, revestido de gloria y fuerza.
Pero aún en el agua que se enturbia luego de lavar los pies, se sigue viendo el rostro del Señor.
Por eso es menester dejarse lavar los pies, para andar a paso firme con las cosas del Reino, en la huella de la Gracia.
Y así, confiados en esa fidelidad sin matices ni fisuras, realizar el memorial de la Cena del Señor y del servicio a los hermanos en cada momento de nuestras existencias. Regreso a Dios y regreso al hermano a pesar de todas las cruces.
Un Cristo tan humano que se hace esclavo para que nadie más quede en el último lugar, a pura fuerza de la caridad.
Paz y Bien
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