Para el día de hoy (14/05/14):
Evangelio según San Juan 15, 9-17
La gran revelación de Cristo, el misterio asombroso e insondable, es que Dios es amor.
Últimamente es un término que ha dejado de ser logos, que ha sido delavuado en banalidades y en actitudes superficiales, en romanticismos vacuos carentes de compromiso y repletos de egoísmos. Así se replican hasta el hartazgo el hedonismo, el materialismo, el individualismo, y ese torpe reduccionismo de acotar el ámbito del amor a lo puramente sexual. Pero la verdad es que somos y podemos ser mucho más que todo eso.
Jesús de Nazareth elige un momento crucial para destacar la importancia y la solemnidad de esta revelación: se encuentra compartiendo la mesa con los discípulos, pero sabe que está a las puertas de la muerte, del horror de la cruz, del espanto y de la humillación suprema, de las que no rehuirá sino que con esa sangre que ha de verter en absoluta libertad y convicción ha de ratificar la enorme trascendencia de ese Padre que es Él mismo.
Siempre hay un peligro muy tentador, y es el de quedarnos en el plano de la abstracción, de la especulación pura aunque piadosa.
Pero el amor de Dios trasciende cualquier molde o concepto. Jesucristo es la cumbre misma de ese amor, rostro humano de un Dios que sale en nuestra búsqueda para que todos vivan, y vivan en plenitud.
Así Jesús de Nazareth, a pesar de la gravedad del momento tiende un puente cordial, porque su amor es ternura, es amistad, un Redentor compañero fiel. Su amor es afectivo, pues tras de esos afectos se vuelca toda su existencia, toda su eternidad, toda su infinitud en los asombros de la Gracia, la gratuidad sin condiciones, el querer que es mucho más que un simple deseo.
Sin embargo, la Encarnación supone un tiempo nuevo, una era distinta, el tiempo santo de Dios y el hombre.
Por eso entre nosotros ese amor, al mismo modo que la cruz, señala a lo alto y a los lados, brazos extendidos en busca de hermanos.
El amor, que es nuestra única y veraz credencial de creyentes, ha de ser afectivo pero también efectivo, explicitado en obras, en acciones y gestos solidarios, serviciales, generosos, fraternos, justos.
Amar implica morirse a todo lo que nos vá hundiendo y salir en búsqueda del otro. Porque solos no tenemos destino.
Quiera Dios que fruto de todos los encuentros recuperemos la alegría del Maestro, que nos reconoce como amigos y hermanos suyos.
Paz y Bien
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