Para el día de hoy (27/05/14)
Evangelio según San Juan 16, 5-11
Afirmación y don generoso e incondicional, pagado a precio de sangre, el Espíritu Santo es el legado más precioso que Cristo ha dejado para toda la humanidad.
Luz para los pueblos, consciencia plena, Padre de los pobres, consuelo de los afligidos, fuente de todas las esperanzas, defensor de los perseguidos, palabra recuperada, vida divina que se dona sin reservas.
Con todo y a pesar de todo, no podemos ser esclavos del temor, aún cuando ese temor refiera al Maligno: la Resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte, sobre todas las muertes amargas que nos toca beber, que nos imponen y que en nuestras miserias elegimos.
La Salvación como don y misterio se expande en mujeres y hombres con corazón de hijos y alma de prismas, que en su transparencia multiplican los destellos de esa vida nueva y definitiva que sopla sin cesar por todo el universo y especialmente sobre la superficie de la tierra, en la tierra fértil de los corazones haciendo que nazcan cosas nuevas y buenas.
Con tanta generosidad que se desborda inconmensurablemente -como el pan en doce canastas, como las tinajas repletas de vino bueno- el eco que hemos de producir no ha de tener los sonidos disfónicos y aturdidores del egoísmo y el individualismo. El Espíritu resplandece y se hace presencia en aquellos que se hacen vida para los otros, y cuando la comunidad se reune como familia, como imagen de ese Dios que sale de sí de continuo porque ama, sin reservarse nada, des-viviendose por los demás.
Todo es promesa y horizonte si nos animamos a confiar que no estamos solos, que Él se ha ido para quedarse definitivamente.
Paz y Bien
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