Para el día de hoy (16/05/14)
Evangelio según San Juan 14, 1-6
La liturgia continúa situándonos en el ambiente fraterno y a la vez crítico de la última cena, en donde Jesús, frente a la inminencia de su Pasión y de su muerte se despide de los suyos y les habla, se ofrece en su totalidad sin reservarse nada para sí, y quiere que sus amigos no queden a la intemperie de la tristeza, del miedo y la desolación.
Por eso mismo, insiste con paciencia en llevarles calma a sus corazones, para que no impere el temor y florezca la confianza y la paz, con todo y a pesar de todo.
La clave es la fé, y esa fé no supone la adhesión a una idea. Ni siquiera a un proyecto. La fé cristiana -don y misterio- es confiar y creer el Alguien, Jesús de Nazareth, y vivir conforme a ello.
Desde esa fé los discípulos de todos los tiempos, de todas las épocas, no se detendrán ante nada pues se desdibujan las fronteras de los imposibles y la sentencia del no se puede. En este tiempo santo -kairós- mixtura entre Dios y el hombre que se revela en los asombros de la Encarnación, todo es posible.
A pesar de ello, la persistente tentación de la exclusividad es una amenaza siempre latente. Ese creerse únicos por méritos acumulados, por cumplimiento de normas y ritos o por simple pertenencia. Ese cielo pequeño para unos pocos, esas ganas de dispensar con esquemas racionales la posibilidad de Salvación, aún cuando el Salvador brinda rendención a canastas llenas e incondicionalmente.
La vida en Cristo, que comienza aquí, en estos arrabales y no tiene fin, no es solamente vivir: es con-vivir, y así en el corazón sagrado del Señor conviven multitudes variopintas, con múltiples colores, personalidades, perfiles, pero todos y cada uno amadísimos por el Dios de la Vida, elegidos para siempre, una casa de muchísimas moradas que no es suposición banal de un relativismo metastásico, sino fruto primero de esa asombrosa misericordia de Dios.
Especular significa, en su sentido primordial, hacer espejo de una imagen original. Así entonces, especulemos.
Especulemos con esas inmensas moradas de Dios, y busquemos su imagen en esta Iglesia que amamos y que a menudo nos duele. Especulemos para descubrir si esta Iglesia en la que permanecemos, vivimos y somos tiene muchas moradas, es recinto amplísimo en donde la fraternidad y la existencia prosperan y crecen en paz y en justicia, para mayor Gloria de Dios.
Paz y Bien
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