Para el día de hoy (04/08/13):
Evangelio según San Lucas 12, 13-21
(Por entre la multitud se alza una voz que pide al Maestro que actúe como árbitro o mediador en una disputa familiar por una herencia; es menester ubicarse en las circunstancias históricas de la Palestina del siglo I, pues allí los maestros de la Ley eran doctos en lo religioso, en lo social, en lo legal-jurídico, en lo moral. Así entonces no ha de resultar extraño que a Jesús de Nazareth se le requiera su intervención en esta pelea por bienes que corresponderían a los herederos, que en primer lugar son los hijos varones, pues se lo presupone apto y habilitado para zanjar en el conflicto.
Grande hubo de ser la sorpresa cuando el Maestro no dictamina, sino que se declara ajeno a esa disputa. No puede haber solución ni justicia en ese conflicto, pues se ha antepuesto el dinero por ante la fraternidad. El dinero como fin -y no como un medio muy menor- destruye todo vínculo entre hermanos, el dinero separa, aleja, destruye, deshumaniza. Por eso Jesús no ha de mediar, porque el problema no está a quien le corresponde una cantidad determinada, sino en el egoísmo y la codicia que sobreabundan.
En esas sintonías macabras se ubican también los que desesperan por acumular, los que fundamentan su existencia en el tener y en el yo. El rico de la parábola sólo piensa en sí mismo, y al reivindicar el individualismo reafirma esos sacrificios humanos tan en boga en estas sociedades nuestras en las que el dios dinero rige, y se le rinde culto a través de la liturgia del mercado: en el ara de la avaricia, se sacrifica al prójimo.
Ese hombre es un insensato porque sólo nos llevaremos el amor que hayamos ejercido, y nos detendrán las omisiones. Todo lo demás es lastre oscuro.
Ese hombre es un insensato porque la sinfonía del egoísmo y la avaricia son su réquiem perpetuo.
En la santa ilógica del Reino, ese hombre está muerto en vida, mientras que los que ofrecen su vida por los demás son los que vivirán por siempre)
Paz y Bien
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