Para el día de hoy (02/08/13):
Evangelio según San Mateo 13, 54-58
(Jesús vuelve a la Nazareth de su querencia, al lugar en donde se ha criado; de algún modo u otro, siempre regresamos al lugar de donde hemos partido porque allí se enraiza parte de nuestra identidad, porque allí se abriga -para bien o para mal- lo que somos y lo que seremos. Siempre se está volviendo al primer amor, siempre se vuelve al pago, siempre se vuelve al tiempo inicial, a la infancia, y el Maestro porta unas ansias muy humanas y naturales, las de llevar lo mejor de sí a los suyos.
Entre esas gentes se había criado, y esas gentes lo vieron crecer entre la pequeña casa paterna, el taller, las calles polvorientas, los otros niños.
Él regresa a su gente, y toma la palabra en la sinagoga: allí en donde se reune la comunidad nazarena a orar, a reflexionar y a rendir culto al Dios de Israel quiere enseñar las cosas de su Padre, con esa autoridad que le viene del pleno conocimiento e identidad con Abba Dios suyo y nuestro.
Y los vecinos se impresionan y asombran, claro que sí: Él habla con palabras muy distintas a la enseñanza tradicional, ellos se asombran de ese Reino y esa lectura diferente que hace de las historia de su pueblo, y la fama de milagrero que le precede los condiciona y les alambra las conciencias.
Pero sus asombros quedan allí, episódicos, como un pequeño golpe de artificio. Ellos lo rechazan, inmunes sus almas a cualquier novedad, y definiéndolo como el hijo del carpintero y el hijo de María pretender extremar en voz alta el repudio que no pueden contener.
En cierto modo, al llamarlo así intentan un insulto y un menosprecio evidente, pero no se pueden dar cuenta que de ese modo le rinden honras y, a la vez, se sumergen en un sinsentido carente de salidas.
El significado primero de la Encarnación de Dios en Jesucristo es la urdimbre santa de lo divino en lo humano, la eternidad entretejida en el tiempo.
Con ese rechazo, en esa Nazareth de la periferia pocos milagros han de suceder, porque los milagros acontecen por la conjunción del amor de Dios y la fé de hombres y mujeres. Esos galileos siguen creyendo en un Dios lejano e inaccesible, no en un Dios cercano que sale a su encuentro, que se hace historia, que se hace encuentro y abrazo, que se hace un Cristo vecino de sus días.
Nosotros creemos en el Hijo del carpintero, y le suplicamos que nos talle la madera de nuestros corazones)
Paz y Bien
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