Domingo Quinto de Pascua
Para el día de hoy (10/05/20)
Evangelio según San Juan 14, 1-12
En nuestro diario trajinar, es común encontrarnos con personas que suelen hacer preguntas, como mínimo, incómodas. Sea por que se asoman fuera de lugar, por improcedentes, por prejuicios o porque la respuesta es tan obvia que parece de balde ese inquirir, preguntas a veces absurdas de tan torpes.
Pero benditos sean los preguntones.
Tomás y Felipe realizan preguntas que bien podríamos hacerlas todos y cada uno de nosotros. Sus mentes están atadas a viejos esquemas, a pasados que no se resignan a ser historia, a una fé incipiente, que no ha madurado, que gusta de la comodidad sin riesgos. Pero hay algo evidente, y es que ambos son hombres de fé y tienen hambre de verdad, aunque sea a los tumbos. Y quizás sin darse cuenta, dan el paso primordial de los cristianos, que es el confiar y creer en Jesús de Nazareth.
Ellos dos se fían de Él, y por eso el tenor de sus preguntas, sin ningún conato de vergüenza.
Gracias a Dios por esos preguntones y por los actuales también, preguntones de preguntas tan escasas como la pisada de un gorrión, y que sin embargo desatan terremotos.
Ratificando que el tiempo de la Gracia es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, el Maestro libera una gigante lluvia de luz luego y también a causa de las toscas preguntas de sus amigos, y es tan inmenso lo que afirma que aún hoy no lo hemos asimilado del todo.
Porque ahora la verdad no se establecerá en los silogismos, en la precisión teológica, en la exactitud dogmática o en la profundidad filosófica: la verdad, allí y para siempre se transforma en una persona, ese Cristo de la infinita paciencia y la insondable ternura.
La verdad, para los discípulos, será mirar y ver, contemplar a Jesús de Nazareth para vivir como Él, amar como Él, confiar como Él y en Él, e identificar su rostro en los crucificados de todas las épocas.
No es un tema menor, y es harto peligroso. El amor fué, es y será una amenaza para los poderosos. María de Nazareth lo sabía en las honduras de su alma cuando cantaba las maravillas de ese Dios magnífico cuyo rostro está siempre inclinado hacia los más pequeños, cuya mano se extiende siempre hacia todos los cautivos.
Esa verdad abarca la totalidad de la existencia y la vida postrera también. Brújula asombrosa de los corazones, hay un camino por donde andar, hacia un horizonte cierto hacia donde ir, hay una vida que se ofrece generosa, abundante y gratuita para todos sin excepción.
Esta vida que es y se concentra en el Resucitado abre puerta y ventanas, la casa de Dios.
Es una casa grande, de habitaciones infinitas, hogar enorme y cálido en donde toda la humanidad tiene su sitio. Las uniformidades conspiran contra esa vida que se nos florece, la multiplicidad de colores y tonalidades hace a la trascendencia de su belleza, y muchos añoramos que sea así, fiel y fraterna, esta casa que amamos y que llamamos Iglesia.
Paz y Bien
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