Domingo Sexto de Pascua
Para el día de hoy (17/05/20)
Evangelio según San Juan 14, 15-21
Nadie dice que es fácil. Menos aún en las ambigüedades, durezas e indiferencias crueles e inhumanas de estos tiempos que corren, en donde se oscila desde un materialismo burguesmente torpe y consumista a los embates de la miseria y el desempleo, todo teñido de violencia.
Pero el horizonte de la existencia debería ser el vivir, el vivir en la plenitud de nuestra humanidad, transponiendo ágilmente los límites escasos de la mera supervivencia.
Sobrevivir es quedarse nomás en los afanes del sustento, pero olvidarse del hambre de justicia y de aquello que alimenta para siempre, que no perece. Sobrevivir es volverse estricto para con la letra y el reglamento, y olvidar a su sentido primordial y al Espíritu que todo anima y significa. Sobrevivir es hacer que todo sea pasado siempre sea presente -lo malo y lo bueno- e impedir que haya novedades, que el hoy florezca y soñar con un futuro. Sobrevivir es devenir en esclavos del ritmo de la rutina y de los estereotipos, de la declamación antes que de la proclamación, el ego primero antes que el nosotros.
Nadie dice que sea fácil, peor aún cuando agonizan en silencio y no conocen otra cosa que espanto y dolor.
Y a menudo son tantos los embates de la realidad, que la soledad es sutilmente tentadora.
Pero ni vivimos ni sobrevivimos solos y sin esperanzas.
Quizás el rasgo primordial de los cristianos sea precisamente ése, el de una familia que no abdica jamás en sus ansias por vivir, con todo y a pesar de todo. Y que no todo es producto de esfuerzos desencarnados, pues no estamos solos, y porque no conocemos otra ley ni otra norma que la reciprocidad y la infinita trascendencia del amor.
Porque nos descubrimos amados para siempre y desde siempre, y como rescoldo que nunca se apaga y mantiene perennes los mejores fuegos, el Espíritu del Resucitado nos vá alimentando esta vida que a veces se nos apaga, vino que se nos consume y que nos llega por los ruegos de María de Nazareth.
Paz y Bien
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