Gloria de Dios, plenitud del hombre


















Para el día de hoy (26/05/20)

Evangelio según San Juan 17, 1-11






Todo este capítulo del Evangelio según San Juan es llamado Oración Sacerdotal.
Es Jesús hablando con su Padre, es Jesús hablando con sus amigos, es Jesús a un paso de afrontar con entera libertad su Pasión por puro amor a los suyos y a su Padre.

Todo el clima nos remite a el Maestro mostrándonos su corazón abierto... Y al ser una cuestión de corazón, tan profunda, precede a la razón y como tal, debe ser asumida, aceptada, comprendida y aprehendida desde cada corazón en silencio.
Sólo desde un silencio atento es posible la escucha plena de la Palabra.

Jesús no ha vivido para sí mismo; toda su vida ha sido ofrenda para los demás, donación enteramente libre que no ha podido cercenar ni la tortura, ni el desprecio, ni el rechazo, ni la muerte.
Por Él, toda la creación y muy especialmente cada mujer y cada hombre pueden descubrir el gran misterio de la existencia: que Dios es Padre -¡Abbá!- y que nos ama más allá de lo imaginable.

Esa ofrenda es la Glorificación de su Padre: porque Jesús glorifica y alaba a su Padre amando, respondiendo con cada fibra de su ser a la misma esencia de Dios, el Amor.

En esa donación de su vida por los suyos -y también por los que lo odian- nada se ha reservado para sí; en esos momentos críticos, al límite de toda angustia, se preocupa por los suyos con una ternura que no puede expresarse con palabras.

Y nosotros tenemos un sino de pertenencia: por Jesús, adquirimos una dignidad y una identidad únicas e intransferibles, la de ser hijos.

Unidos al Maestro, también lo glorificamos cuando guardamos su Palabra haciéndola vida cotidiana, entrega sin medida hacia los demás, libre donación de nuestra existencia para que el hermano caído se levante, para que el hermano cautivo se libere, para que el hermano hambriento se sacie.

La glorificación de Dios pasa por el Amor, porque la fé -como don, como Gracia, como regalo- es ante todo y por sobre todo, vida transformada en ofrenda antes que férreos cumplimientos doctrinales o rígidas costumbres cultuales.

La doctrina y el culto deberían ser expresión y consecuencia de esa vida hecha ofrenda, y esa misma vida implica riesgos grandes. Porque el amor, para este mundo, es cosa peligrosa.

Quiera el Altísimo entonces, que nos volvamos amorosamente peligrosos.
Para mayor gloria de Dios y servicio a los hermanos.

Paz y Bien

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